Tengo cincuenta y siete años, empleados en vivir. Mi piel y mi aspecto no lo denotan, pero yo sé que están, que pesan... A veces, al final de la jornada, estoy exhausto, como ahora.
A veces, como hoy, me da por pensar que estoy en la recta final, aunque ignore el tamaño de esa recta. Lo aprecio en las cicatrices. Las siento. Este tránsito ha sido mágico a veces y amargo muchas otras.
Me he enamorado y desenamorado cientos de veces, y siempre ha quedado en mí el poso del amor, una mirada tierna y nostálgica. Y una gratitud sin límites hacia quienes compartieron conmigo lo mejor que tenían.
De la nada me proyecté hacia una nada más grande. Y hubo veces en que me sentí terriblemente solo.
De poco sirven los recuerdos si no es para languidecer en ellos con preguntas carentes de respuesta. Alboradas y ocasos, entre risas y lágrimas. Y nada cierto, o del todo cierto.
Cada vez el amor trataba de ser el único, el mejor, el más grande. Y cada vez, languidecía hasta morir en mis noches y mis días. Un amor, y otro, y otro más... Y al final sólo miedo. De haber sido el último, de no haber más.
En ocasiones lloro las ausencias. Un llanto que viene de lo hondo, del silencio del hombre que soy, que fui o que creí haber sido.
En otras trato de imaginar cómo habría sido mi vida si no hubiera sido tan ambicioso, tan prepotente, tan arrogante, tan loco... Y nada puede llenar esa cavidad que fue llenándose de otros ojos, de otras manos, de otros jugos... Porque uno no puede imaginar lo que no fue, asesinando la verdad, la realidad de lo que sí se ha sido. Aunque se empeñe en ello.
Hay noches, como ésta, en que la vida pesa hasta tal punto que uno quisiera no despertar al día siguiente. Que todo se quedara así, como está, sin más.
Cuando se ha llegado a olvidar el color y el olor de la pasión (y sé de esos sentidos porque aún quedan recuerdos en mi interior), antes que perder la noción de que existieron, de que esa tristeza me embargue totalmente, desearía morir. Porque no se puede vivir de recuerdos pero debe ser horrible vivir sin ellos.
Esta noche quisiera cerrar mis ojos y embriagarme de recuerdos. Y ya no abrirlos más.
Que quede entre nosotros.