jueves, 13 de agosto de 2009

Hay que seguir

Simplificando, desamparo.

Sin venir a cuento, sin desearlo.

Ése que se abate con negras alas

y te cobija sin deseo, sin requerirlo.


He aprendido muchas cosas y no sé nada.

Apenas que el amor me hace bien

y la amargura me aturde.


Debo renacer y emerjo

no sé con qué fuerzas con qué acezo,

para esperar un día de certeza.


La débil línea de mi pulso

se acentúa en las gráficas impúdicas

que me llaman a la vigilia y yo desoigo

sin el temor de que fuera el último día.


Que quede entre nosotros

domingo, 9 de agosto de 2009

¡Qué solos estamos!

Tendido en un barranco. Un accidente como todos ellos tonto, estúpido, imprevisible. Y de repente te ves en el suelo, con la rodilla dolorida, la frente que arde y la percepción de que igual podías haber quedado allí. En medio de la nada.

Piensas que has hecho un camino, que te has rodeado de gente, que has reído, llorado, temblado, pero que al final, estás solo. Da igual cuánta gente pueda o no quererte en este valle de lágrimas, estás solo.

El resto del camino, lo he hecho vagabundeando entre los rescoldos de la hoguera de mi vida. Mis amoríos, mis amigos, mis noches de farra. Lo que hice bien y lo que hice menos bien porque con sinceridad, mal todavía pienso que no he hecho nada. En todo estaba implícito mi sentido de la honestidad, del trabajo, de la lealtad.

No me importa que haya gente que pueda pensar lo contrario. Como decía Atahualpa "siempre he sido así, galopeador contra el viento". Lo que me importa es que en cada acción, en cada movimiento ha estado como protagonista mi sentido de las cosas bien hechas.

Tropecé con todo en la vida. Trabajadores que no debían llevar ese título, gente pequeña que no debería llevar el título de persona, patronos infames aplicándose el derecho a usar las prerrogativas del tirano, ya he dicho miles de veces aquí y en otros sitios que en este país no existe tejido empresarial, sino redes de tiburones ávidos de carnaza. Y supe capear el temporal.

Caminaba doliéndome más el alma que el físico. Añorando mis juegos de niño, de esa corta niñez interrumpida por el trabajo prematuro y urgente. Dándome cuenta de que aunque el aspecto físico no me provoca rechazo, el interior, la maquinaria sí que tiene esa singladura, esas batallas... Recordando aquellas palabras de Don Julio, el día que se elimine la mesa camilla se habrá acabado la familia. Y así ha sido y naturalmente que hay excepciones. Comemos fuera, cenamos a diferentes horas, nos comunicamos mal y rápido sin que apenas nos roce la epidermis lo que nos están contando.

Y al final venimos a estas páginas, a estos cuadernos de bitácora a llorar o a reír, pero a evacuar los sentimientos que una sociedad egoísta nos ha agostado. Una sociedad que camina hacia el tener y no hacia el ser, una sociedad que ahoga los sentimientos en la miseria de la mudez del ruido.

Ahí, en el barranco, al que me precipité porque unas piedras no soportaron firmes mi peso, pude haber acabado mis días. Con mi leal Golfo, con La bámbola sonando en mis oídos y el silencio absorbiéndolo todo.

Al final sólo quedó en eso, en el susto, en el dolor físico, en el dolor espiritual y en la conciencia de que apenas soy el brazo que mueve el timón de mi goleta.

Que quede entre nosotros