jueves, 25 de agosto de 2016

Desayuno sin diamantes

Esta mañana, cuando me disponía a realizar mi marcha diaria, recibo un mensaje de ella, preguntándome si desayunábamos juntos.

He dicho que tendría que ser cuando acabara mi recorrido, y ha aceptado.

Cuando he terminado, ducha y aviso... Ya salgo.

Mientras transcurría por las carreteras de huerta, porque hoy elegí ese itinerario, pensaba si es que quería hablar de algo, decirme algo... Mientras dejaba el casco en la maleta, la miraba (no se había percatado de mi llegada), y la veía tal cual, una mujer madura, ahora con semblante triste. Me preguntaba a mí mismo por qué esas ansias de salir, de figurar. No me ha dado tiempo a responderme. En ese instante me ha mirado.

La he besado, por primera vez desde que la conozco, como a una buena amiga. Dos besos, como decía mi buen Sabina, uno por mejilla. La charla del desayuno no ha podido ser más convencional, que si las fiestas, que si los perros, que si los hijos... Nada más, apenas nada más.

Y de repente me he visto de pie, besándola como a la llegada, pero lo más triste es que ni siquiera se me han pasado por la mente, tentaciones de hacerlo de otro modo, aunque su aproximación ha sido de quererlo.

Pensaba que querría hablar de nosotros, que habría recapacitado, que habría reconsiderado su postura. Así es que... Desayuno sin diamantes.

Que quede entre nosotros


martes, 23 de agosto de 2016

APRENDIENDO

Lo bueno que tiene aprender, es que se adquiere más conocimiento, más fortaleza; aunque ésta mane de fuentes que el tiempo transformó en insalubres. Se aprende.

Trato de enderezarme cada instante y, aunque se hace difícil, me empeño en ello. Soy un estudiante que quiere sacar su asignatura de fin de curso.

Ella lo dijo casi con desparpajo, y sin embargo no me hizo más daño que el que yo me estaba haciendo día a día, intentando evolucionar en el vacío.

Ya no la quería, y sin embargo no se lo dije. Me hizo un gran favor.

No necesito hacer preguntas, tengo montañas de respuestas. Me las fue dando día a día. Creí que nuestros besos, nuestros abrazos y nuestro sexo, romperían esa barrera que estaba en ella y me fue invadiendo a mí.

Es terrible porque una discusión, una pelea, se solventan. La intención de no pronunciar el verbo amar, es una enfermedad incurable y se transmite. Había veces que el interior gritaba más fuerte que mi voluntad, y lo decía, se lo decía; pero aprendí a no hacerlo.

Y así, los meses que deberían habernos servido para crecer, nos menguaron, nos hicieron nada.

Y hoy, desde hace días, trato de recomponer el rompecabezas de mi vida, empeñándome en que esa pieza que falta, es reemplazable. Lo que no sé es cómo, por eso digo que estoy APRENDIENDO.

Que quede entre nosotros.