viernes, 2 de septiembre de 2011

El calor me mata



Hace más de un mes que no vengo por aquí. Ni siquiera la brisa marina me animaba a escribir. Ha sido un periodo de mucha calma -primera fase-, y mucha actividad -segunda-.

Durante este tiempo me he hecho un millón de preguntas sobre este entretenimiento mío, y al final me he dicho: no debes hacértelas, las cosas pasan cuando deben pasar.

Dejarlo NO, porque significa renunciar a decir lo que siento donde nadie puede oírme, o casi nadie.

Pero tampoco me encontraba con ánimos para decir nada, NADA con mayúsculas.

 Echo de menos el otoño, el invierno. Esas estaciones que invitan al cobijo, a la intimidad; y con ellos, la necesidad imperiosa de manifestarse, de decir... Ojalá fuera mañana.

Las cosas por mi país, por éste del que tanto me avergüenzo; siguen igual, o peor. Los indignados siguen su travesía del desierto mientras la policía, como en otros tiempos, se explaya a su gusto. Imágenes del pasado en el presente y la conclusión de que las cosas no cambian, basta que no hagamos lo que esperan de nosotros para que nos den como siempre.

El Papa nos visita para las jornadas mundiales de la juventud, y nuestro gobierno, en crisis de todos los colores posibles, le echa una manita en forma de euros. Y eso que somos un estado aconfesional. Mientras, él y sus acólitos, olvidan que en África (no digo sólo Somalia), la gente sigue muriendo de hambre.

Los amos del mundo siguen presionando. Las agencias de calificación nos sitúan al borde de la miseria (¿quienes son las agencias de calificación sino ellos mismos?). Y para frenar esa caída vertiginosa, nos arrodillan más aún. Ahora la precariedad del empleo se prolonga como una devastadora incógnita de supervivencia. Menos derechos.

Mi hija va a ser madre y mi corazón se exalta sólo con imaginármelo. Hice una escapada breve para no perderme ese estado tan maravilloso. Me aterra el mundo que le espera, la sociedad que nos están ayudando a destruir.

Pese a todo sigo feliz, tremendamente feliz. Adaptándome camaleónicamente a los tiempos, aunque siempre con esa sonrisa que tanto me gusta poseer. A esa felicidad contribuyen mis amigos y mis amigas, esos pocos elegidos que se dejan querer y que, regalándome lo mejor de la vida, me quieren.



Sigo maravillándome de mis cualidades como cocinero. Durante este tiempo he ensayado con especias en algunos platos y los resultados han sido sorprendentes. Es algo que, como otras muchas cosas, debo a mi madre; el amor a los fogones. Siempre que cocino está conmigo, a mi lado; como cuando aún habitaba este mundo.


Mi hermano del alma se distancia, no sé si deliberamente, pero lo hace. No sé qué hacer, qué decir, para que sintamos esa química que siempre nos ha abrazado. No se pueden ni se deben forzar los sentimientos. Yo siempre estoy.


Esta tarde en que el cielo ha derramado sus primeras lágrimas de este tórrido verano, he sentido la punzada alegre de la necesidad de venir aquí. Espero que sea un aviso del otoño que se avecina. Lo deseo.


Y con todo, siempre,


Que quede entre nosotros