lunes, 5 de mayo de 2014

Vuelve mi sonrisa

Después de tanta muerte, de tanto irse gente querida, de tanta frustración, de tanta lucha estéril, vuelve mi sonrisa. Y lo agradezco.

Ha sido un trabajo arduo, mas ha valido la pena.

Con estos meses se han marchado seres muy queridos y otros están a la espera de que la parca hinque su guadaña siniestra hasta arrancar las raíces. Mas yo sigo aquí aunque no sepa por cuanto tiempo.

Dejar de decir que volví a caer en idénticos abismos, que dejé el timón de mi goleta al azar de los vientos, sin control, sin ejercicio, no me exime de responsabilidad.

Llegó en noviembre hace años. Se afincó en mi alma y alimenté al amor. El amor ya lo sentía, ya lo cuidaba, ya recortaba sus brotes y dirigía sus ramas, pero como buen holgazán, me descuidé. Y me vi inmerso en una historia absurda, con alguien que no tenía una vida estructurada, sino muy al contrario, desmadejada. Alguien que sufrió y lleva a rastras las secuelas del sufrimiento sin luchar contra ellas, sino huyendo. Y lo hacía mezclándose en ambientes espesos, dudosos, banales; a los que yo rechazaba en nombre propio.

Mi horizonte de libertad me decía que tenía todo el derecho, que lo tiene. Que si esa y no otra es su forma de vivir la vida, ha de hacerlo. Traté en vano de dibujar nuevos paisajes, con ríos de ternura, con montañas de afectos. Pensando que algún día se daría cuenta de que la vida transcurre inexorablemente y cuando uno mira hacia atrás ve su juventud, que ya no está en el cuerpo que observa.

Y llegó un instante en que me di cuenta (gracias siempre, Jorge), que mi afán por respetar la libertad de los demás, me estaba generando secuelas. Me detuve, eché el ancla de mi nave, medité, me pregunté si era aquello lo que quería hacer realmente con mi vida. Y la respuesta fue NO.

Se quedan atrás, con la estela que deja mi goleta al navegar de nuevo, esas muertes y ese crimen cometido en nombre del amor.

Que quede entre nosotros