viernes, 30 de marzo de 2007

Tontos del haba

Eso es lo que somos: tontos del haba... Porque nos dejamos encandilar.

Ya han comenzado su andadura con su inmensa carga de hipocresía, unos y otros, todos... Los políticos.

Se trata de hacer lo que no han hecho durante su mandato, o bien gobernando o bien liderando su partido: Acercarse a sus acólitos, a quienes los votamos, los votaron. Preocuparse por su día a día. Hacer en suma lo que prometieron hacer. Y los gobernantes, que prometen hacerlo para todos, que lo hagan. Ya sabemos que una cosa es predicar y otra dar trigo.

Y comienzan las sonrisas, los apretones de manos, las promesas...

Y el presidente se toma cafés de 80 cts. (joder, que nos diga dónde).

Y van a hacer más viviendas para los que tienen menos posibles... Pues eso también, que nos digan dónde y sobre todo, cuántas. Que hay una amiga mía que se apunta rápido porque le saldrá mejor (es un decir), que el alquiler de usura que le van a cobrar. Y otra a la que la hipoteca la ha dejado maltrecha.

Y el barbas insulta al cejitas, y el gafitas carga contra todos los opositores... Y los meapilas de los opositores cargan contra el cejitas y contra el gafitas... Y así sucesivamente. Pero se dan el pico cuando se trata de elevarse los sueldos... Ah, sí, los sueldos los unen. Se olvidan de sus diferencias porque, pensando en nosotros, al fin encuentran algo que los identifica.

Como decía aquella canción: "Al poder, al poder, a hincharse de poder... Y a olvidar las cosas que decíamos ayer... Al poder"

Y el pequeño bigotudo se da cuenta de que el pueblo catalán no son los cuatrocientos mil votos (lo digo al azar por lo poco relevante) que lo avalan. Votos de gente que apuesta por lo que cree, pero que no es la mayoría. Respetables aunque minoritarios. Por cierto, que igual no se acuerda de que ciento y pico mil se le bajaron del carro en las elecciones del 2006, con relación a la anterior convocatoria.

Y los valencianos la montan con el jodido agua que no han sabido nunca economizar. Y con la dársena del puerto.

Y los peperos dicen que los inspectores del Parlamento Europeo que vinieron para echar un vistazo al despropósito en que se ha convertido la construcción, no tienen ni pajolera idea y sirven a intereses partidistas. Vale. Y ahí también interviene el agua por si lo olvidan o pretenden falsearlo.

Y los bancos ganan más. Y los empresarios de la energía ganan más. Y los de las comunicaciones ganan más. Y para que todo no sea más, nosotros cada día ganamos menos. O invertámoslo: Somos más pobres. ¿Y con el beneplácito de quién se reparten esos escandalosos beneficios? Con el de los mismos que les autorizan pese a todo, a subir más sus tarifas, los costos de sus servicios, etcétera. Claro que no siempre van a estar a nuestro lado ¿verdad?

Y nosotros, tontos del haba, llegará el día D hora H e iremos como gilipollas a votarles, a unos o a otros. Y ciertamente, ninguno se merece ese esfuerzo de un compatriota. Podéis estar seguros. Porque aquí siguen mandando los de siempre, los de toda la vida... Los ricos, los asquerosamente ricos.

Que quede entre nosotros

jueves, 15 de marzo de 2007

Mutilaciones

Casi todos los hemos visto alguna vez... Les falta una pierna, una mano, un brazo, un ojo, dedos, una oreja... Son las que se ven.

Luego están las otras, las que llevamos internas. Cada cual sabe cuales son. Están dibujadas en nuestro interior con colores y tintas que sólo nosotros sabemos interpretar, quizás para nuestro propio infortunio.

Porque tal vez lo mejor sería no apreciarlas, no saber que existen, aunque siguieran estando ahí.

Es lo que nos falta, lo que no tenemos, lo que echamos de menos en nosotros mismos o en los demás.

Están en esa mirada que dirigimos a la persona amada mientras anda absorta y ausente de nosotros, interrogándonos sobre qué ha sucedido para que las cosas no sean como fueron, aunque nosotros mismos no seamos los que fuimos.

Están en esa opinión políticamente correcta que damos en el transcurso de una conversación. En la respuesta que damos a una pregunta. Y lo que queremos decir realmente, lo que nos apetecería decir aun a costa de perder esa relación, lo cercenamos.

Están fabricadas de temores, de inseguridad, de desequilibrios. Están tejidas de silencio, de secreto, de mentiras piadosas.

Las ocultamos por el temor a quedarnos solos, inmensamente solos...

Así son nuestras mutilaciones.

Que quede entre nosotros

viernes, 9 de marzo de 2007

Soy un ingrato... Aunque tengo disculpa.

Sí, lo soy. Después de las muestras de preocupación que he recibido, no he venido aquí para decir que estoy de maravilla, que todo salió perfectamente, que no perdí movilidad.

Pues sí, así es... Todo bien, incluso la analítica de los despojos. No haré una descripción exhaustiva, sólo diré lo que pone al final de cada análisis: No malignidad.

Lo siento, a veces me trastornan los momentos presentes y si éstos son tan intensos como los de los últimos días, más.

Ha venido Elisa. Ella es una amiga de E., desde hace un montón de años, de cuando ambas trabajaban en la misma empresa. Pero Elisa se fue a Australia. Después de veinticinco años de mantener esa franca relación con E., vino a verla. Y nos hicimos amigos nosotros también.

Ella es emotiva, educada, sincera, discreta, divertida y, lo más importante, tremendamente humana.

Se cruzó el mundo de parte a parte para verse. Unas semanas que resultaron mucho más cortas que lo deseable, que lo deseado. Y retornó a su hogar.

Pues ha vuelto. En menos de un año y porque su afecto así se lo exigía, para atender las necesidades de un amigo que iba a sufrir una intervención quirúrgica de cierta importancia. Cuando ese asunto quedó encaminado, se ha desplazado aquí, para tan sólo diez días, pero ha venido y me está dejando el regalo de su presencia que trato de vivir con intensidad por lo brevísimo de esta segunda.

Esa es la razón por la que ando estos días menos comunicativo que lo habitual. No es plan, robarle minutos a esos momentos que dentro de tres días ya, serán recuerdo. Íntimo, tierno, cómplice, pero recuerdo.

¿A que entendéis que no haya sido más explícito sobre mis pequeñas cicatrices?

Que quede entre nosotros

miércoles, 7 de marzo de 2007

Verdad y mentira

Aterra... Tanto la verdad como la mentira. A partes iguales.

A veces se dice algo que no es exacto, que no se corresponde fielmente con lo que conocemos o sabemos de ese algo, que normalmente está unido a un alguien. Quizás sea esa costumbre tan hispana de querer saber más que nadie alrededor, de concedernos una importancia que es tan mezquina y artera como lo que acabamos de "inventar". Y esa verdad a medias, esa mentira a enteras, puede destruir, hacer daño... Quizás irreparable.

Por eso aprendí a ser callado, discreto, sepulcral con cualquier confidencia. Por eso quizás soy un buen confidente. Por eso quizás, quienes de verdad me conocen, no precisan decirme: "No se lo digas a nadie", o "que quede entre nosotros"... Porque no quiero más importancia que la que pueda tener por mí mismo, porque detesto aumentar o disminuir lo que sé, porque si lo sé es porque me lo han confiado a mí. Y si alguien, alguna vez, me comenta sobre ese mismo tema, me haré el sorprendido porque no sabía absolutamente nada. Y sabré que ese alguien que me lo comenta no es buena gente, no es recomendable, no es merecedor de hacerle una confidencia.

En ocasiones, presenciar un acto brutal o no, porque la vida nos ha colocado en ese lugar y en ese preciso instante, debería servirnos sólo para sentirnos de un modo especial. Porque somos de VERDAD quienes sabemos, quienes conocemos qué ha pasado, qué ha sucedido... Si después decimos esa verdad, transformándola en nuestra verdad, adornándola con efectos especiales, faltamos a la verdad, decimos únicamente lo que para aquellos que no lo han visto, que no lo han escuchado, nos convierte en seres aparentemente únicos, en crueles protagonistas de una verdad inventada, o de una mentira. Y eso da "importancia".... Yo estaba allí... Yo sé... Yo conozco... Cuando la mayoría de las veces, ni uno estaba, ni sabe, ni conoce.

Y así nos va el pelo en este país de chirigota.

Porque cuando uno ha visto u oído y siente el privilegio de saberse único porque estaba allí, debe sentirse afortunado y único por esa ocasión que le brindó la vida. Y ahí comienza y termina la importancia del hecho en sí.

Me repelen los mentirosos y los cotillas. Quienes como reza el dicho, son como el juego del parchís: "me como una y cuento veinte".

He sentido en mí cientos de momentos especiales. Momentos que arrancaron rodeado de gente, de amiguetes y compañerillos. Nunca nadie me arrebató la verdad. Yo nunca hice aquello que los demás pretendían que había hecho. Nunca mancillé el nombre de nadie.

Es vergonzoso que en esta feria en que se ha convertido lo cotidiano, siempre aparezca alguien que sabe, que estuvo allí, que oyó... Por un puñado de euros, muchos años después. Y personas que no han buscado ese absurdo y cruel protagonismo, por el afán carroñero de quienes ambicionan ser los números uno en su especie, en su caricaturesca profesión; acaban siendo víctimas de tramas, de mentiras, de calumnias sin fin...

Hay cosas que sólo deben decirse en la intimidad. Por el bien propio y por el de los demás. Saber que cuando se dicen, quedan ahí, como ancladas en ese instante para siempre. Sin preguntar si se puede o no confiar, sino confiando.

La vida sería mucho mejor. Infinitamente mejor.

Que quede entre nosotros