jueves, 28 de octubre de 2010

Obreros del siglo XIX

Venía como otros jueves de solazarme con mi Golfo, de caminar por esos campos del señor disfrutando del sol y el viento en mi cara; venía de regreso a casa gozando de mi scooter y de las mismas sensaciones, cuando de repente los he visto... Obreros, trabajadores de la construcción comiendo sobre sus rodillas en las obras de la A7.


Como en el puto siglo XIX, como en el anterior. Maldita sea la sombra de estos políticos de mierda, porque ellos más que nadie deberían exigir a los litigantes las condiciones en que van a tratar a sus empleados. Y si una plica no lleva integrada en sus condiciones la dignidad de los obreros, dotando el lugar donde se lleve a cabo la obra de aseos, de comedores e incluso de lugares para el reposo; que le den por el culo al empresario que la presenta. Pero a nuestros gobernantes ¡qué más les da! Ellos comen bien, calentitos o fresquitos, si no en casa en buenos restaurantes; nunca sobre sus rodillas y sentados en tierra.


Eso es lo que hace que este país no progrese, la indecencia del capital que sigue considerando a los empleados ciudadanos de tercera o cuarta categoría.


No hay derecho a que las personas tengan que comer en esas condiciones, ni salir en medio del monte a satisfacer sus necesidades corporales, ni a otras muchas cosas.


Nos siguen tratando como a esclavos y seguimos accediendo a ello porque no nos queda más remedio; es eso o morir de hambre.


Por estas cosas, cada día más, siento una tremenda vergüenza de vivir en este país.


Que quede entre nosotros

miércoles, 27 de octubre de 2010

Vivir conforme

No hablo de situaciones que escapan a nuestro control: la crisis, las carencias, el desastre de políticos que tenemos, el paro, la marginación, la pobreza, las agresiones a seres humanos y animales...

Estoy pensando exclusivamente en el interior. Cuando el interior está en orden y la paz inunda cada rincón del alma con luces suaves y cálidas. Estoy pensando y sintiendo en clave de sol, de ése que nos ilumina y nos calienta cada día, en ése que se representa tantas veces sonriendo.

Nunca se aprecia tanto la luz si antes no se ha estado en el túnel, en la oscuridad, en las tinieblas. Y si la hay nunca aprendí a apreciarla hasta que llegan estos instantes en que uno recupera el pulso de su vida, mira con optimismo y generosidad a lo transitado y con alegría el momento actual.

Me invade una sensación de infinita paz, un caudal inagotable de ternura. Y por eso estoy tan pesado, tan eufórico, tan comunicador.

Y creo que son las herramientas que se precisan para afrontar los tiempos que pueden venir. Más duros, más ásperos, más grises. Pero nunca van a poder con mi sonrisa, con mi altruismo, con mis ganas de vivir.

Sé que nos esperan tiempos difíciles aunque yo ya he retomado el rumbo y estoy decidido a Vivir conforme.

Que quede entre nosotros

La tregua

Este tiempo plagado de silencios, de incursiones blasfemas, de rabia y desesperación; de sosiego, de calma, de reflexión y de aceptación; este tiempo de tregua ha dado sus frutos.

Veo con orgullo que todo está como debía estar, como estaba; aunque falten esencias en mi olfato y caricias en mi alma y mi piel. Porque sé que están y seguirán siempre en mi recuerdo.

Vuelvo a navegar en mi goleta, con nueva imagen (¡al fin una de verdad!), con la firme voluntad de hacer de éste, mi rincón, mi cajón de sastre, mi callado espacio; el lugar donde cumplir mi propósito inicial, con el que nació este proyecto: Un rincón para expresar lo que siento en determinadas ocasiones...

Atrás quedan la frustración y el desamparo; delante mío, la esperanza, la ilusión, el trabajo, la sensibilidad, la ternura, el amor... Todo para dar, para repartir, para regalar. Es cuanto me hace feliz.

Tengo la alegría inconmensurable de volver a ser yo. El yo de hace meses, de hace años, de siempre... Y el placer inmenso de haber enterrado ese yo mezquino y vulgar, soez y cruel; en que me convertí por espacio de cuatro meses.


Sé que estoy intacto, completo, pleno. Sé que no guardo rencores estúpidos. Sé que no hay nada que perdonar porque cada cual se ha ganado su derecho a elegir.


Sé que retorno a un punto en que me encontraba en una amalgama asumida de resignación y conformidad. Sé que hubo un periodo en que las cosas fueron diferentes y me entregué a otra vida, y la viví, y la compartí; y fui feliz. Y de ese espacio ahora sólo guardo gratitud, por lo sentido, por lo compartido, por lo bello.


Sé que he aprendido mucho, como se aprenden todas las cosas hermosas, con un toque agridulce al final; porque toda partida entraña dolor y alegría.


Sé que soy un hombre renovado y nuevo. Yo mismo.


Y soy inmensamente feliz de publicarlo a los cuatro vientos mientras el velamen de mi goleta se hincha de viento y me invita a seguir navegando para siempre.


Que quede entre nosotros

Un hombre acabado

De Giovanni Papini, porque hoy me siento libre y feliz; mías sus palabras...

"Yo no escribo para hacer dinero, no escribo para embellecerme, no escribo para alcahuetear con las muchachas modestas y con los hombres gordos, no escribo tampoco para poner sobre mi sombrero de paño negro la carnavalesca rama de laurel de la fama ciudadana. Escribo únicamente para desahogarme, —para desahogarme en el sentido más estercolario que os sea dado pensar,
¡oh, delicadas imaginaciones de barítonos de recreo! No digo, fijaos, para "liberarme" como vuestro melenudo héroe anónimo, como el sublime filisteo Goethe Wolfgang, consejero íntimo del duque de Weimar y del alma de los prometeos rehabilitados.
Él se libera con las trágicas frivolidades de un Werther, por las tenues desesperaciones de una lejanía deseada, y el producto de esta liberación iba a parar sobre las mesillas de las bellas sentimentales israelitas y a las cabeceras de los futuros suicidas, como una mortaja fúnebre pero recamada con todos los pespuntes de la bien nacida literatura.
Yo, en cambio, me desahogo, y entiendo el desahogo con los más plebeyos y estomacosos sinónimos: entiendo el esputo que sube del fondo de mi garganta inflamada y que vuela como por encanto en infinita salpicadura sobre todos los rostros que yo sería capaz de abofetear; entiendo el vomitar la bilis que me ha destilado de la sangre el espectáculo de nuestra vida; entiendo el fluir del pus bajo las llagas o los bubones de mi inmortal personalidad, expuesta al contagio de los más populosos lazaretos; entiendo el erupto imprevisto y ruidoso que viene de lo hondo como el desprecio. ¡No, señores! nada de delicado, os advierto, saldrá de mi pluma al correr sobre el papel".



Que quede entre nosotros