miércoles, 23 de noviembre de 2005

La calle, llena de canalla.

Voy a salir. Y lo hago con miedo ¿o con recelo? Bueno, no sabría muy bien cómo decirlo. Lo cierto es que desde el primer instante en que dejo mi casa, meto la llave en el contacto y arranco, me da la impresión de que emprendo una aventura muchísimo más arriesgada que la de los cruzados cuando se iban a tierras extrañas a imponer su fe. O la fe que les decían que impusieran.
No he salido de la colonia y ya me he cruzado con cuatro o cinco hábiles conductores que compatibilizan la conducción con el móvil, el GPS, la PDA, el periódico y sacarse los mocos. ¡Quién se lo iba a decir a ellos cuando iban a la autoescuela! Pero es que ya inician el camino demostrando todas esas habilidades. Los he visto salir del aparcamiento, marcha atrás y hablando ya por el móvil.
Luego estarán los listos, que posiblemente coincidan con los hábiles, que, a sabiendas de que el carril que han elegido se cierra doscientos metros más allá, lo apuran hasta el último instante ¡faltaría más que ellos esperaran su turno como el resto de imbéciles que somos!
Para rematarlo, y posiblemente hallando nuevas coincidencias, han llegado a las proximidades de su destino... Comienzan a titubear. Teléfono en mano, o en oreja, el coche a punto de calárseles de la prácticamente nula velocidad. Y si, tímidamente, rozas el claxon para decirles que estás ahí, detrás de ellos y que no vas al mismo sitio que ellos, ¡joder! ¿qué has hecho?... Más vale que te cierres y mires para otro lado porque te pueden llover improperios y hasta alguna hostia.
¡Y es que este país goza de una salud intelectual que da gloria! Y así nos va el pelo a los más torpes.
Pese a ello, mi hermano (que aunque no lo sea, lo es), me espera como cada miércoles para comer y voy a salir.
Que quede entre nosotros

miércoles, 16 de noviembre de 2005

Mis ángeles y mis demonios. Maldito aprendiz de Mengele

Fue a finales de 1998 cuando entré en contacto con Fernando Gómez-Ferrer Bolinches para que me presupuestara el arreglo de mi boca. Guardo todos los documentos. Le di mi aprobación y comenzamos la larga y tortuosa marcha. Legrados, injertos, membranas, implantes... Horas y horas de calvario infructuoso.
Después de la primera intervención no debí volver nunca más, es cierto. Se trataba de extraer una pieza, legrar el sitio que ocupaba, realizar un injeto óseo, colocar una membrana y cerrar. Justo cuando iba a colocar la membrana, este canalla se da cuenta de que no tiene chinchetas para fijarla al hueso y lo tuvo que hacer cosiendo a las piezas contiguas... Más de 3 horas de intervención.
En otra ocasión (maldita sea), me colocó una membrana reabsorbible y tuvo que leer la instrucciones de aplicación mientras yo esperaba con la boca abierta. No debió poner la cantidad adecuada porque aquello reventó literalmente mi encía y ya no hubo nada que hacer. Sí, al quedar el cuello de un colmillo, prácticamente al aire, lo he perdido. De esta guisa, no sólo no me arregló mi problema sino que me ha dejado hecho un desgraciado.
En otra, al perforar para poner el implante, oí como algo se quebraba en mí. Creo que pasó al seno nasal. Colocó el implante y se cayó. Luego tuvo que hacer una elevación de seno, que afortunadamente no hizo él sino un colega suyo en su clínica. Estoy seguro de que él no sabía hacerlo y puso en antecedentes a su colega de lo que le había pasado. O me había pasado para ser más exactos.
Resumiendo este calvario, él debía ponerme 7 implantes. Como se le iban cayendo a la vez que los colocaba, llegó a ponerme 12. Pero de aquellos 7 iniciales sólo quedan 4 y de ellos 1 está para sacar. Más de dos millones de las antiguas pesetas entre lo que pagó la compañía de salud y lo que yo pagué. Para nada. O sí, para este sufrimiento que me ha ocasionado y que me hace sentir terror sólo con pensar en él.
Lo digo por si alguien tiene la tentación de acudir a él. Para que los navegantes sepan qué me sucedió en aquella travesía y quienes fueron las sirenas que hicieron embarrancar mi nave.
¿Os quedan aún ganas de acudir a este aprendiz de Mengele? Él es un demonio.
Y hoy, ahora, un ángel llamado Sergio Hernández está restañando aquellas heridas.
Que quede entre nosotros

lunes, 14 de noviembre de 2005

Malditos muertos de hambre

Cuando llegan al poder estos "desarrapados", lo hacen con promesas de claro corte social. Defensores de las libertades y de la justicia social. Creo que si se le preguntara a alguno de los actuales quién fue Pablo Iglesias, no lo sabría.
Ahora, dentro de esas medidas que nos "favorecen" a todos, está el postergar la edad de prejubilación a los 61 años.
Cuando mi empresa decidió prescindir de mis servicios, me hice el ánimo de que nadie más me iba a contratar por mi edad y me apliqué un estudio actuarial para llegar hasta los 60 años, edad en que después de 44 cotizados, me jubilaría. Estos malnacidos puede que consigan que de los 60 a los 61 años pierda todos mis derechos y me vea conducido a la más absoluta miseria.
No sé qué les obliga a tomar estas medidas.
No sé qué les obligó en su día a legalizar el mercado de esclavos (ETT's).
Lo cierto es que siempre son ellos quienes dejan el trabajo sucio hecho para que otros gobernantes, teóricamente de signos más conservadores, nos lleven en volandas hacia mejores posiciones de bienestar.
Ganas dan de no volver a votar.
Ganas dan de decir ¡hasta aquí hemos llegado y sacudirnos esta vida de encima!
Ganas dan de acabar. Y más en días tan horribles como éste en que no se ve a veinte metros de donde me encuentro.
Que quede entre nosotros

jueves, 10 de noviembre de 2005

Estos días tristes y lluviosos.

El día es lluvioso y gris. A lo lejos veo la ciudad y el tráfico que transcurre perezoso por la autovía. Tengo que ir de compras y no me apetece nada. Hoy me gustaría holgazanear mucho tiempo. Porque estos días, especialmente, invitan a la reflexión. A ese mirarse a uno mismo y escudriñar y desnudar todo aquello que jamás, nadie sabrá. ¿Cómo hacer partícipe a los demás de tanta intimidad? No son pensamientos malignos, no son siquiera atentatorios contra el honor de nadie, son, exclusivamente, nuestros pensamientos. Esos que nos llevan de la infancia hasta la semana pasada en saltos vertiginosos, llenos de caras, de situaciones, de besos quizás. Tengo un millón de cosas abandonadas y no sé si es voluntariamente. Desde que murieron mi madre y mi hermana. Desde que contemplé su larga agonía, no tengo ganas de adelantar nada. Quizás porque sé que siempre, indefectiblemente, quedarán cosas por hacer. La gente a quien quiero entrará un día en mi casa y revolverá mis cosas. O simplemente prepararán grandes sacos y lo echarán todo allí: mis cartas, mis poemas, mis escritos. Porque ellos tampoco tendrán tiempo para ordenarlo, para leerlo, para curiosear. Todo es precario, como la propia vida. Ahora, en este instante, me tumbaría sobre la cama y abrazaría a mi hijo y a mi hija. Contra mi pecho. En silencio. Tratando de que él les pudiera explicar cómo los quiero. Eso es lo que haría ahora en lugar de irme a la ciudad de compras. No obstante he de hacerlo. Es el cumpleaños de Tony. Siempre lo celebramos juntos.
Aunque no tengo ningunas ganas, me voy.
Que quede entre nosotros

miércoles, 9 de noviembre de 2005

¿Cómo se lo explico a mi hijo?

Vivimos en el campo ¿campo? Cuando salgo a pasear a mis perros, veo hasta dónde puede llegar la miseria de los seres humanos. Los márgenes de las carreteras están plenos de latas, botes, botellas, pañuelos, cajetillas de tabaco... En fin, que es un paseo por un auténtico vertedero. Miro hacia la montaña, ésa que hace unos años existía y nos contemplaba impertérrita y ahora es una víctima más de la avaricia desmedida de los dirigentes. ¿Quién si no, da las licencias para que las terribles máquinas se "coman" literalmente la montaña? Todo para hacer colmenas colgadas sobre un barranco que un día llegará, sufrirá un tremendo accidente por lluvias y todo se desplomará. Nunca saldría de una ciudad o un pueblo para vivir en un sitio así.
No existe intimidad porque, al menos en un piso, uno pasa desapercibido si no quiere hacerse notar. Pero aquí, en esas colmenas donde cuando asomes el pescuezo vas a darte de bruces con tus vecinos de izquierda y derecha, donde cada palabra que digas tendrás que medirla en decibelios porque allí sí te conocen en cuanto pongas un pie en la calle; aquí no hay intimidad.
Los seres humanos somos estúpidos o simplemente nos dejamos influir por los políticos.
Hay notables carteles de reducción de velocidad en ésta y otras muchas urbanizaciones, pero ¿de qué modo presumirían esos nuevos "ricos" de sus potentes máquinas si en las carreteras la policía acecha para nutrir las arcas del Estado? Y uno tiene que andar explicándole a su hijo que aunque vea todo aquello: la suciedad amontonada, el ruido, los excesos de velocidad, los nidos de viviendas, la montaña que ya no verán sus hijos; nada de eso debe importarle, él debe seguir un camino diferente, contra corriente, casi aislándose... ¡Y es tan difícil!
Que quede entre nosotros

martes, 8 de noviembre de 2005

Nos morimos estadísticamente

De repente, estos politicastros nuestros, emergen con la sabiduría que les otorgan los cargos recién estrenados y nos dicen: "Vosotros, que nos habéis votado, vais a padecer cáncer uno de cada tres". Y de verdad que entra pavor, desconsuelo, macabra incertidumbre.
Uno se reúne con amigos y piensa: "¿Quién de nosotros está en la estadística?"
Pero estos políticos milagreros y de poquísimos escrúpulos, no nos dicen nunca por qué. Si son los vertidos incontrolados que se realizan desde los 40. El nulo control sanitario a las empresas alimentarias. Los efectos de las pruebas nucleares que nadie sabe si se siguen realizando. Los de las guerras que nadie queremos y ellos nos imponen. Si es el ávido mordisco de su avaricia, de su carrera urgente hacia la riqueza, alimentando animales con productos no permitidos, elaborando piensos con componentes peligrosos; lo que nos provocará esos cánceres ajenos que sufriremos en nuestras carnes.
Antes no eran nadie. Ahora, con los votos que les dimos, se erigen en nuestros guardianes y nos dicen qué, cómo y cuándo, debemos hacer lo que nos ordenan. Se olvidan de los principios que los llevaron a los puestos que ocupan, cómo llegaron hasta allí.
Los que gobiernan -con desdén hacia el pueblo- son permanentemente insultados por quienes ambicionan gobernar, con el mismo desdén.
Y aquí estamos, amigos, esperando si seremos ese número 3 en la lista de los que ingresaremos en hospitales lúgubres y mal atendidos. Dependiendo de nuestras familias más que nunca, porque los servicios hospitalarios no están para esas cosas (¡faltaría más, habiendo huelgas para protestar por lo que sea!).
Y hoy, amigos, no tengo muchas más ganas de desgarrarme porque ya he sufrido en este año, por todos los de mi vida pasada.
Pero os prometo que voy a seguir.
Que quede entre nosotros