lunes, 30 de abril de 2012

Decíamos ayer...

Que estaba enamorado, pero erré, o al menos eso creo. Aunque nunca pensé que al decirlo, la reacción fuera a ser de esa magnitud. Es claro que todos somos diferentes los unos de los otros, como también lo es que nunca llegaremos a un punto de encuentro. Quizás debí poner freno a lo que sentía en esos momentos ¿habría sido lo justo? Quizás debí apaciguar los latidos de mi corazón ¿habría sido ético? Quizás debí... 


En fin, que uno no sabe cómo ha de comportarse, si ha de vivir para que los demás se encuentren cómodos con lo que uno hace y expresa. La libertad es un logro, algo que se consigue luchando día a día. Y si uno siente que la pierde, si uno se siente ocupado en su espacio, abstraído de todo, ajeno a todo lo que hasta ayer le era común, y lo dice, es un canalla. Imagino. Yo no quise romper, luché por mi espacio. Nunca viviré conscientemente, de cara a la galería.


No me pesa. Habría sido diferente, pero no me pesa el silencio, en contra de lo que podría haber imaginado.


Decía hace algún tiempo, y no tengo ganas de repasar en este momento cuándo, que había encontrado por la calle a esa mujer que conocí sirviendo en un restaurante cuando eran otros tiempos. Decía que me dijo estar atravesando un mal momento, que la arrojaban a la calle por impago, que no sabía que hacer, que su pareja en aquel momento, le había dicho que se fuera a vivir con él, pero que ella dudaba de si ir con él o alojarse en casa de su madre. Recuerdo que le dije: Ve con él, la casa de tu madre siempre la tendrás abierta. Hoy la encontré en el supermercado, y ha regresado. Todo es efímero. Una nueva historia que se hizo vieja. Hay que seguir hacia adelante.


Historias de vidas. Que se construyen a golpes duros y secos, pero que es mejor que dejarlas dormir sin ocuparnos de ellas.


Vuelvo a gobernar mi goleta, y no hay otras manos que las mías sobre el timón. Nadie baldeará su cubierta, sino yo. Me gusta sentir el viento golpeando en mi cara. Quizás algún día, en algún puerto, encuentre a alguien que sepa que puede navegar a mi lado, con su rumbo, hallándonos en cualquier coordenada y desapareciendo hasta el siguiente encuentro. Quizás...


Mientras...


Que quede entre nosotros


lunes, 23 de abril de 2012

¿Qué va a pasar?

Estamos al borde del precipicio. Sólo falta que alguien, desde arriba, nos dé el último empujón.

Tenemos más papeletas que Grecia e Italia, cuando fueron intervenidas. ¿Y qué es la intervención? ¿Os acordáis cuando el gobierno de España "intervino" Rumasa? Pues, para no andar con circunloquios, eso exactamente es. Aquella empresa se había metido en camisas de once varas, y nosotros también. Debemos, como decía aquella expresión castiza, "más que Alemania y Japón cuando acabó la guerra". Y no hay nada, absolutamente nada, que les haga creer en que vamos a despegar y a pagar. A mí, tampoco.

Con un "tejido empresarial", que es cualquier cosa menos "tejido" y "empresarial", con una industria pobre, con una agricultura cada vez más en manos de multinacionales extranjeras; sólo nos queda el sector servicios -donde se engloba un turismo cada día más deprimente- y el comercio. Del sector de la construcción no voy ni a hablar.

Y con esos mimbres, tenemos todas las papeletas para que "los amos" del mundo, que son los que en definitiva nos han llevado a esta situación, piensen que ya está bien y nos intervengan como sucedió con aquella empresa del jerezano.

Luego de ello, venid a decirme de qué cojones sirve un sistema democrático como el nuestro. Y comenzará nuestra larga travesía por la ruina más espantosa, a la que, insisto una vez más, nos han llevado nuestros políticos de uno u otro signo, hipotecándonos hasta las vergüenzas, para siempre jamás.

Hoy, viendo la bolsa, el índice de la prima de riesgo, el silencio del gobierno que no sabe hacer otra cosa que jodernos la vida a los ciudadanos, y el panorama general; me siento optimista.

Ea,

Que quede entre nosotros 

lunes, 16 de abril de 2012

Tres cojones


Me importa tres cojones, que el Rey, que nos fue impuesto por nuestro último dictador, se vaya a cazar elefantes -cosa que hacen montones de empresarios de éste y otros países, cada día-, o a cazar gamusinos donde quiera que sea; tres cojones. Mientras la gente de este país lo enfatiza en las redes sociales, en correos electrónicos, en todo lo que ellos y sólo ellos ponen a nuestro alcance.

Hay que ver la mierda de país que tenemos. Los medios, los jodidos y asquerosos medios. Dando la puta vara con el asunto y dejando otros de mayor calado, en un limbo que no sólo asusta, sino que espanta.

Hoy los mercados -otros hijos de la gran puta-, sitúan nuestra prima de riesgo al borde de una intervención que el soplagaitas de turno, que nos iba a salvar de la tragedia a la que nos conducía el soplagaitas anterior, no sabe cómo enfrentar. Ni él ni sus ministros.

Aparte de los “ajustes”, “recortes”, o como quieran llamarlo, siempre en la dirección de los débiles, de los controlados; no hacen nada, absolutamente nada. Siguen despilfarrando los caudales, siguen sin aplicarse ellos la misma vara de medir que emplean con nosotros.

Para protegerse de nuestras supuestas iras, van a introducir nuevas leyes, ésas que cualquier iniciativa de llamada a convocatorias o concentraciones, serán consideradas como actos terroristas. Y sin darnos cuenta apenas, nos van a introducir en un sistema de control policial.

Y mientras, nosotros hablando de la cacería del Rey.

Tenía que decirlo, porque somos víctimas consentidas, porque somos hipócritas con nosotros mismos, porque según lo veo, cada día, no tenemos remedio.

Que quede entre nosotros

domingo, 1 de abril de 2012

Mentiras cómplices

Estamos comenzando una primavera, que ya dista de aquellos días en que me enrolé en esta aventura. Y leyendo algunas de mis páginas, siento que las cosas han cambiado poco, aunque sus efectos nos están llevando a la más pura miseria.

Son mentiras cómplices. Nos mienten con descaro nuestros gobernantes, y de verdad que no importa el signo. Si quieren que nos "traguemos" esto o aquello, echan mano a las referencias, a los índices de ése o aquel país, y nos mienten sesgando la información. Allí el tabaco es más caro -sinvergüenzas que omiten decir qué nivel de vida tienen allí donde el tabaco es más caro-; en aquel otro sitio la gasolina es muchísimo más cara, y vuelven a omitir otros datos de bienestar de ese país que nosotros nunca lograremos.

Es España, esta vergüenza que se perpetúa. Cada día menos cultura -nunca he dicho que todo el mundo sea inculto-, cada día menos inquietudes, cada día menos solidaridad. Nos enfrentan con sus posturas y perpetúan una discusión y un enfrentamiento entre ciudadanos, que les beneficia, que siempre les beneficia.

Esas mentiras cómplices con el poder oculto, con el dinero que desea que seamos un país de esclavos, acaba creyéndolas casi todo el mundo.

Ajustes, dicen, necesarios para nuestro crecimiento. Ajustes, digo, que pueden sostener aquellos países que se han ido preparando durante toda su historia, consolidando su economía, sus recursos, su crecimiento. Aquí hemos ido a remolque de un tejido empresarial que ya he criticado no sé cuantas mil veces. La cultura del pelotazo ha sido siempre permitida por el gobierno de turno. ¿Cómo imputar a nadie esas maniobras si uno mismo las está practicando con su complicidad?

Tenemos ciudades que se caen a trozos en unas áreas y resplandecen en otras. El dinero que no existía se ha canalizado hacia aquellos proyectos en que más se podía "mojar", pero además tendría una relevancia más internacional. Todo ello sin ocuparnos de planes estables de educación, sanidad, sostenibilidad. Con unos servicios a disposición del ciudadano que hacen que las poblaciones próximas a las grandes urbes, obliguen a sus habitantes a utilizar el vehículo propio porque no existe una red de transporte público que una cualquier sitio con otro cualquiera. ¿Se puede llamar transporte público a un autobús que realiza dos servicios por la mañana y dos por la tarde, y que sólo une esa población con la capital?

El endeudamiento de las administraciones se ha permitido año tras año sin que nadie pusiera freno.

Ahora debemos pagar. Para pagar no existen recursos. Los recursos generados con esa deuda son volátiles. ¿De dónde recortar? Y aquellos que miraban para otro lado cuando se cometían desmanes sin fin, ahora exigen que se cumplan plazos, que el nivel de endeudamiento ha de bajar, como sea, al precio que sea. Y el precio somos nosotros, nuestra salud, nuestro "estado del bienestar", nuestra educación; en suma, nuestros servicios, los servicios al ciudadano.

Porque ellos, los amos del mundo, y sus perros, los políticos, bastante tienen con esa desagradable tarea que deben acometer para los demás. Como si nosotros y sólo nosotros fuéramos los culpables de su negligencia, de su estupidez, de su ineficacia.

Dije hace años que nos querían de rodillas. Y en ello andan.

Sube todo aquello que precisamos: agua, luz, alimentos, combustibles... Y congelan o bajan los salarios. Cada día se llega menos al día siguiente ¡qué tiempos aquellos en que se hacían malabares para llegar a fin de mes!

Uno observa el panorama y se aferra a la idea de ser feliz, pese a todo, pese a todos. Aunque también sea consciente de que, a este paso, un día no podrá hacer frente a sus pagos y le quitarán todo cuanto posee. Porque es uno quien tiene la culpa de que los sinvergüenzas de sus gobernantes, hayan dilapidado los dineros públicos.

He trabajado durante toda mi vida para darme cuenta de que moriré más pobre, más triste y más deshonrado de lo que nunca podría haberme imaginado. Todo se lo debo a ellos, a los divertidos políticos que olvidaron sus responsabilidades para tomar los dineros públicos y gastarlos en fastos y obras faraónicas, y como no alcanzaba, nos endeudaron. Así toma más vigor aquel dicho de "juntémonos y vayáis". A ellos no les faltará nada nunca.

Si uno deja de pagar la hipoteca de su vivienda, le embargan el piso y sigue debiendo. ¿Qué les pueden embargar a quienes en nuestro nombre se han endeudado hasta límites insospechados? Está claro: Nuestra vida y la de nuestros hijos, y la de nuestros nietos. Seremos sus esclavos, al menos hasta la muerte. Menos mal que no creo en el más allá, porque a buen seguro me aterrorizaría el pensamiento de seguir debiendo allí.

No ando muy optimista, seguramente contagiado por el panorama que vislumbro. Y es que soy débil y en cuanto me castigan los flancos, me noto blando. No sirvo para ser esclavo.

Que quede entre nosotros