martes, 10 de octubre de 2006

Soy su amigo

Es menuda, pequeña, y a la vez fuerte. Es inteligente, culta, y está como muchos, sola. O cree que lo está, porque no se puede estar solo cuando se tiene una hija que sacar adelante. Al menos debe ser uno y sus ganas de llevar a buen puerto ese barco de papel que es a los once años un hijo.
Es menuda, pequeña, y a la vez fuerte. Aunque el cáncer ha hecho de ella una especie de muñeco roto ¡maldito cáncer!
De cuando en cuando, la comprometo, la hago salir de su agujero y nos vamos a bebernos la vida, la poca o mucha que nos quede, echándonos unas risas y compartiendo un almuerzo. Hemos ido a los lugares más míos. Esos en los que el almuerzo se convierte en algo más que deglutir, aunque esto vaya implícito.
Nos conocimos a través de nuestros hijos. Van al mismo colegio y, digamos que, en aquella época "se gustaban". Nos involucraron en su querer estar juntos mientras que duró su "romance". Después el alejamiento, mi caída y la fortuna de encontrar alguien con quien caminar, en su caso, nos apartaron. Pero habíamos creado un buen "fondo", como sucede entre fogones, cuando amas lo que estás haciendo.
Fue hace unos meses cuando supe de su enfermedad y ahora no sé bien cómo. Desde ese instante, he tratado de estar con ella para darle mi sincero apoyo.
En ocasiones me hago preguntas sobre si lo que estoy haciendo es suficiente, es bastante. No lo sé. No quiero hacerme reproches. Estoy siempre que quiero estar. No forma parte de mi vida y no formo parte de la suya. Es difícil. Es duro.
La semana pasada no contestaba a mis mensajes. Me extrañó. Me puso en guardia. Más tarde me dijo que lo había intentado, con un lenguaje sutil que apenas era capaz de interpretar, quizás porque uno nunca cree que eso pueda sucederle a alguien querido. Sí, lo terrible, lo más terrible... Y en esos instantes, cuando atravesaba esos durísimos momentos en que uno decide no dar un paso más, fue su padre quien llegaba al final del recorrido. Estuve allí y se abrazó a mí con fuerza, con cariño. Un abrazo prolongado y cálido. Y yo apretaba su cuerpo menudo y pequeño, aunque fuerte, como tratando de decirle: "Estoy cuanto puedo, estoy cuanto quiero... No esperes más de mí de lo que ya estás viendo, porque no hay nada más que lo que no ves. Éste soy yo, dando de mí cuanto quiero dar y a lo mejor no es suficiente, no es bastante... Tú tienes tu vida y yo mi vida. Somos mundos aparte aunque te tenga ley, aunque te tenga auténtico cariño"... Diciéndole quizás, en un lenguaje de códigos y sentimientos, que la llevo en el alma, que sufro con ella, que soy su amigo, que me gustaría que no le hubiera pasado todo esto y que ojalá siguiéramos sin vernos más que alguna vez a las puertas del colegio.
Que quede entre nosotros

3 comentarios:

Anónimo dijo...

A veces, cuando el corazón no puede más, nos aferramos a alguien que nos da cariño como a un bote salvavidas, mientras naufragamos en mares de dolor o soledad.
Y podemos confundir los sentimientos (o no).
Gracias por tus hermosas palabras en mi blog.
Como siempre.
Besos

nadie dijo...

Seguro que ella valora tu cariño, sin pararse a pensar si es mucho o poco.

Anónimo dijo...

Conozco este tema, por desgracia, y sé lo duro que es para la persona que sufre esta enfermedad, y también sé lo reconfortante que puede ser una mano amiga.

Gracias, Miguel Ángel, por tu apoyo y tu saber estar.
Como dije en mi blog, que no quede entre nosotros, porque me apetece darte las GRACIAS con la voz bien alta.

Un beso