Vaya por delante que me gustan las mujeres femeninas. Vaya también que no siento ninguna fobia por condición alguna. Vaya también en avance, que creo en que lo que sostiene el equilibrio entre las gentes es únicamente el respeto.
Hay señoras que un alarde de defensa de no sé qué derechos vulnerados, han entronizado los peores defectos del hombre en ellas, denominando a ese giro en sus vidas: feminismo. Y elevan la voz como energúmenos, saben más de todo que nadie y siempre tienen la última palabra. Algunas hay que eructan, "arrancan" y escupen, y se tiran pedos cual macho ibérico extinguido (no hablo de oído). Es decir, se comportan como debían hacerlo aquellos hombres que no he conocido, con la más absoluta falta de respeto.
Y cuando estás ante una de ellas (a mí me tocó esa china), estás más perdido que un hijo puta el día del padre. Su postura es clara: Lo que tú digas no vale para nada, y además un par de güevos (léase así). Son ésas que te hacen abandonar la cortesía: ceder la derecha, ceder al paso al entrar o salir, retirarles la silla para que se sienten o se levanten, servirles la bebida, dejar que comiencen antes, etc., porque en su opinión son signos inequívocos de machismo exacerbado. ¡Maldita sea, y yo sin saberlo!
Me preguntaban una vez: "¿Sabes por qué las mujeres se rascan los ojos al despertarse? ... Porque no tienen cojones". Bueno, pues no estoy muy seguro de si éstas a quienes me refiero se rascan los ojos o la entrepierna.
Así que un buen día uno decide que para que la vida te dé por ahí no necesitas malas compañías y dices: Ahí te quedas sorderas. Y entonces comienza otro calvario: educar a distancia.
Cuando hice la primera observación sobre los malos hábitos de mi retoño (cumplidos los siete años), como era previsible al haberla hecho yo, su reacción fue absolutamente contraria y se solventó con un: es un niño, ya habrá tiempo. Yo traté de explicarle aquello de que son las ramas tiernas las que más fácilmente se moldean y encauzan, pero claro, idiota de mí ¡cómo osaba dar lecciones a una feminista lista!
Hoy han pasado cinco años. Su frustración llega a estados de histerismo tal que el viernes al ir a recogerlo para pasar conmigo el fin de semana, los gritos que le daba por no haber hecho ciertos trabajos, eran de tal magnitud que resultaban simple y llanamente escalofriantes. Y pensé: ¿Cómo hago referencia alguna a mis insistentes comentarios desde hace un quinquenio? Ni se me ocurre.
El niño es inteligente y también listo, como su madre. Me habría gustado que fuera simplemente inteligente y torpe, como su padre. Ha sabido sacarle partido a su buen coeficiente para practicar la ley del mínimo esfuerzo y hacer lo poquito que hace, a regañadientes y recordándoselo cada vez que ha de hacerlo.
La LISTA no es capaz de decir "esta boca es mía" con relación al problema que tiene cada día y que yo sufro fines de semana alternos. Y el listo nos ha cogido el tranquillo y hace lo que le sale de sus santas pelotas. ¡Vaya porvenir!
Y lo más grave de todo es que no sé si hay remedio. Él dice que va a cambiar, que tenga confianza en él. Pero lo ha dicho tantas veces (no exagero si digo cientos), que ya me importan una mierda sus promesas y su palabrería (joder, es como si la tuviera a ella delante). Y lo más grave de todo es que este tonto del haba, listo como él solo, no se da cuenta de que hasta el amor de los padres tiene límites cuando lo que se busca es encontrarlos.
¿Cómo se le explica eso a una "licenciada" en todo? ¿Cómo se hace reflexionar a una feminista extremada?
Joder, qué cruz.
Que quede entre nosotros
P.S. Perdonadme los improperios pero estoy realmente acalorado.
Hay señoras que un alarde de defensa de no sé qué derechos vulnerados, han entronizado los peores defectos del hombre en ellas, denominando a ese giro en sus vidas: feminismo. Y elevan la voz como energúmenos, saben más de todo que nadie y siempre tienen la última palabra. Algunas hay que eructan, "arrancan" y escupen, y se tiran pedos cual macho ibérico extinguido (no hablo de oído). Es decir, se comportan como debían hacerlo aquellos hombres que no he conocido, con la más absoluta falta de respeto.
Y cuando estás ante una de ellas (a mí me tocó esa china), estás más perdido que un hijo puta el día del padre. Su postura es clara: Lo que tú digas no vale para nada, y además un par de güevos (léase así). Son ésas que te hacen abandonar la cortesía: ceder la derecha, ceder al paso al entrar o salir, retirarles la silla para que se sienten o se levanten, servirles la bebida, dejar que comiencen antes, etc., porque en su opinión son signos inequívocos de machismo exacerbado. ¡Maldita sea, y yo sin saberlo!
Me preguntaban una vez: "¿Sabes por qué las mujeres se rascan los ojos al despertarse? ... Porque no tienen cojones". Bueno, pues no estoy muy seguro de si éstas a quienes me refiero se rascan los ojos o la entrepierna.
Así que un buen día uno decide que para que la vida te dé por ahí no necesitas malas compañías y dices: Ahí te quedas sorderas. Y entonces comienza otro calvario: educar a distancia.
Cuando hice la primera observación sobre los malos hábitos de mi retoño (cumplidos los siete años), como era previsible al haberla hecho yo, su reacción fue absolutamente contraria y se solventó con un: es un niño, ya habrá tiempo. Yo traté de explicarle aquello de que son las ramas tiernas las que más fácilmente se moldean y encauzan, pero claro, idiota de mí ¡cómo osaba dar lecciones a una feminista lista!
Hoy han pasado cinco años. Su frustración llega a estados de histerismo tal que el viernes al ir a recogerlo para pasar conmigo el fin de semana, los gritos que le daba por no haber hecho ciertos trabajos, eran de tal magnitud que resultaban simple y llanamente escalofriantes. Y pensé: ¿Cómo hago referencia alguna a mis insistentes comentarios desde hace un quinquenio? Ni se me ocurre.
El niño es inteligente y también listo, como su madre. Me habría gustado que fuera simplemente inteligente y torpe, como su padre. Ha sabido sacarle partido a su buen coeficiente para practicar la ley del mínimo esfuerzo y hacer lo poquito que hace, a regañadientes y recordándoselo cada vez que ha de hacerlo.
La LISTA no es capaz de decir "esta boca es mía" con relación al problema que tiene cada día y que yo sufro fines de semana alternos. Y el listo nos ha cogido el tranquillo y hace lo que le sale de sus santas pelotas. ¡Vaya porvenir!
Y lo más grave de todo es que no sé si hay remedio. Él dice que va a cambiar, que tenga confianza en él. Pero lo ha dicho tantas veces (no exagero si digo cientos), que ya me importan una mierda sus promesas y su palabrería (joder, es como si la tuviera a ella delante). Y lo más grave de todo es que este tonto del haba, listo como él solo, no se da cuenta de que hasta el amor de los padres tiene límites cuando lo que se busca es encontrarlos.
¿Cómo se le explica eso a una "licenciada" en todo? ¿Cómo se hace reflexionar a una feminista extremada?
Joder, qué cruz.
Que quede entre nosotros
P.S. Perdonadme los improperios pero estoy realmente acalorado.