"Esa dulce mentira de cambiar los paisajes cuando nunca nada fue distinto" (Atahualpa Yupanqui).
Iba como casi siempre escuchando RNE1 y alguien lanzó al aire esa frase. Y como habitual, a darle vueltas, a acomodarla.
Es cierto. Es nuestra debilidad, querer cambiar los paisajes, la personalidad, las personas... Tremendo error porque ahí está, ahí radica todo: "...nunca nada fue distinto".
Quiero a la gente como es, como se muestra, de otro modo me alejo, me voy yendo -como también decía Atahualpa en sus Coplas-, despacito. Si acaso, la última tentación es siempre ayudar a esculpir. Pero no hacerlo yo sino mostrar las vías, las herramientas precisas para transformar defectos en orgullo. El lenguaje, el comportamiento, los gestos... Esos que nos traicionan más veces de las que desearíamos.
Es... ¿Cómo expresarlo? ¿A alguien le gusta una rosa marchitándose si está en su mano hacer que refulja? ¿Deja la rosa de serlo por recibir cuidados y atenciones de quien puede darlas?
Y alguna vez me pasó que incluso me escupieron a la cara (bueno, no exactamente a la cara), por haberlo hecho.
Pero no tiene importancia. No la tiene. Y mucho menos cuando se escoge voluntariamente seguir siendo vulgar, corriente, ramplón, trivial... Y para ello se encadena uno a personas vulgares, corrientes, ramplonas, triviales. Aunque una brizna de tristeza se dibuje en la sonrisa por lo estéril del trabajo realizado y porque la persona en cuestión valía mucho más de lo que se estimaba. Sonseras...
En eso anda la gente en ocasiones, en esas dulces mentiras que no valen de nada porque el paisaje nunca fue distinto.
La valentía de dar un paso adelante, de plantarse delante de la gente y decir: Vale, me equivoqué, soy humano; ¿podemos retomar los abrazos donde los dejamos?... Eso es harina de otro costal.
Hay personas que por no ser valientes, aunque se den cuenta de su cobardía, aunque sean conscientes de ella y de que venciéndola lograrían la sonrisa y una mayor felicidad; siguen mintiéndose cada día de su apocada vida. Es una pena.
Esa dulce mentira...
Que quede entre nosotros
Iba como casi siempre escuchando RNE1 y alguien lanzó al aire esa frase. Y como habitual, a darle vueltas, a acomodarla.
Es cierto. Es nuestra debilidad, querer cambiar los paisajes, la personalidad, las personas... Tremendo error porque ahí está, ahí radica todo: "...nunca nada fue distinto".
Quiero a la gente como es, como se muestra, de otro modo me alejo, me voy yendo -como también decía Atahualpa en sus Coplas-, despacito. Si acaso, la última tentación es siempre ayudar a esculpir. Pero no hacerlo yo sino mostrar las vías, las herramientas precisas para transformar defectos en orgullo. El lenguaje, el comportamiento, los gestos... Esos que nos traicionan más veces de las que desearíamos.
Es... ¿Cómo expresarlo? ¿A alguien le gusta una rosa marchitándose si está en su mano hacer que refulja? ¿Deja la rosa de serlo por recibir cuidados y atenciones de quien puede darlas?
Y alguna vez me pasó que incluso me escupieron a la cara (bueno, no exactamente a la cara), por haberlo hecho.
Pero no tiene importancia. No la tiene. Y mucho menos cuando se escoge voluntariamente seguir siendo vulgar, corriente, ramplón, trivial... Y para ello se encadena uno a personas vulgares, corrientes, ramplonas, triviales. Aunque una brizna de tristeza se dibuje en la sonrisa por lo estéril del trabajo realizado y porque la persona en cuestión valía mucho más de lo que se estimaba. Sonseras...
En eso anda la gente en ocasiones, en esas dulces mentiras que no valen de nada porque el paisaje nunca fue distinto.
La valentía de dar un paso adelante, de plantarse delante de la gente y decir: Vale, me equivoqué, soy humano; ¿podemos retomar los abrazos donde los dejamos?... Eso es harina de otro costal.
Hay personas que por no ser valientes, aunque se den cuenta de su cobardía, aunque sean conscientes de ella y de que venciéndola lograrían la sonrisa y una mayor felicidad; siguen mintiéndose cada día de su apocada vida. Es una pena.
Esa dulce mentira...
Que quede entre nosotros
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