lunes, 1 de noviembre de 2010

Gato negro

Me detengo en un mirador para hacer fotos. Paro el coche y ahí está, pequeño, menudo, cariñoso, viniendo a mi encuentro; el gato negro.

Estaba limpio, sin rasgos de enfermedad alguna y en el suelo unos puñados de pienso que seguramente quisieron lavar la conciencia de quienes lo abandonaron.

Lo he acariciado, lo he besado... Y el alma se me partía en dos cada vez que se me aproximaba. Porque esa gente pequeña y mezquina donde él creía que tenía un hogar, no tuvo miramientos para dejarlo abandonado allí. Un gato no es así de cariñoso con la gente si no está habituado al trato con ella. Y él lo es.

Y lo miraba y pensaba cómo serían sus noches ahora, a la intemperie, sin el calor de las manos que acarician, de su rincón preferido. Y pensaba en mi Ruby. Y sentía dolor por no tener más espacio, más medios y habérmelo traído.

Ha llegado más gente y se ha repetido el proceso, acercarse a ellos, dejarse acariciar, comer de su comida... Y cada vez la herida más honda, el sentimiento de rabia y frustración más desgarrador; hasta ahogarme.

No son juguetes, son seres vivos, pequeñas vidas que dependen de nosotros cuando nosotros hemos decidido quizás sin saber las responsabilidades que se adquieren, incorporarlos a las nuestras.

Juegan, se suben por las cortinas, ocupan ésta y aquella silla. Tienen derecho porque les hemos abierto nuestro corazón y nuestra casa. Tienen derecho. Nosotros no a abandonarlos, a dejarlos sin que entiendan nada a merced de un escenario que no es suyo, que no conocen, para el que no están preparados. Es mejor no recogerlos, no comprarlos, dejarlos que hagan su vida; nunca adoptarlos y abandonarlos más tarde a su suerte.

Una suerte que pasa por las ruedas de un vehículo en la noche, cuando más perdidos aún, más huérfanos que nunca, busquen cándidamente en la luz que se aproxima al dueño que añoran, que han aprendido a querer...

Estoy llorando. Porque no entiendo a la gente. Porque no entiendo su crueldad.

Estoy llorando por un gatito negro, dulce, cariñoso y huérfano de afectos.

¡Maldito país de mierda que permite que gente así ande suelta por las calles!

Buenas noches gatito. Ojalá que los hados te protejan y la próxima vez que vaya a ese mirador te vuelva a encontrar. Y llevaré comida para ti, y un montón de caricias y un millón de besos.

Que quede entre nosotros

No hay comentarios: