martes, 7 de noviembre de 2006

La mesa camilla

El maestro se plantó delante de nosotros y, con los brazos en jarras, nos soltó: “El día que se prescinda de la mesa camilla, se habrá acabado la familia”.

La mesa camilla era un lugar de encuentro, donde se mezclaban sin orden adultos y niños. Recuerdo mil y un momentos alrededor de ella. Costureras vecinas de mi abuela hablando y riendo con gestos picarescos, mientras se aplicaban a la labor. Partidas de cartas. Solitarios. La comida y el diario hablado… Y aquella expresión de mi abuelo cuando hablaban de ministros, representantes plenipotenciarios, directores generales… “na, albañiles y zapateros” y la impenitente respuesta de mi abuela: “calla, que te van a oír”. Que aquello me sonaba a mí como si hubiera alguien tratando de escucharlo todo para luego hacértelas pagar.

Al amor del brasero lecturas, deberes y tebeos, y algún sueño… Y el rosario cuando llegaba la hora. Yo me sabía de carrerilla el ora pro nobis y lo recitaba por aquello de incorporarme a algo de mayores que no tenía ni pajolera idea de qué significaba.

Y hacerme el dormido para enterarme de aquello que en vigilia no habrían hablado delante de mí.

Mucho más tarde, con mi primera novia, ese deslizar la mano bajo las faldas y encontrar sus muslos debajo de la bata, tersos, ardientes… Y más arriba, la promesa cumplida de no ponérselas… Uf.

La sustituimos por el tresillo, la mesa de centro y la televisión. Y se acabó el diálogo y las risas. Aunque mi madre la mantuvo siempre aunque cambiara el brasero de picón por el eléctrico. Cuando iba a verla, sentados a la mesa, bajo las faldas y al amor del brasero, resucitábamos las charlas, las tertulias…, la familia.

Hay cosas que se quedan grabadas en nuestra memoria hasta el fin de los días. Aquella de mi maestro, es una.

Que quede entre nosotros

1 comentario:

. dijo...

¡Qué maravilla la “mesa camilla”!
Yo aún dispongo de ella, con su braserito eléctrico de dos posiciones, aunque este año las temperaturas inusuales para estas fechas, sigan manteniéndolo en su caja. ¡Con las faldillas tan monas que hoy se encuentran...!

Fíjate que has tocado un tema muy curioso…

Yo soy de las que ofuscadas por la practicidad no acaban de entender como en viviendas nuevas, con instalación de gas ciudad, o una caldera comunitaria de gasoleo, alguien se molesta en colocarse una chimenea, que ni es chimenea ni es ná…
Y dejemos los romanticismos y las veladas a la luz del fuego. Dile tú al que sea de turno que después de la jornadas laboral, el trafico, las prisas, tiene ganas de montarse un numerito pseudo-erótico con la Chati de turno… como que me cuesta creérmelo, los churumbeles, el cansancio, la ducha, ¿de donde sacan el tiempo y las ganas! ¡No es práctico!
Los troncos parecen dibujados, dudo que huelan ni a madera, madera.
Lo que yo digo casas para enseñar y fotografiar, no para vivir.
Pero la mesa camilla es otra cosa.
Obliga al roce, a la cercanía, a mirarnos a la cara cuando nos disponemos a cenar o comer. Se esta uno más quietecito, porque da pereza levantarse con lo agustito que se esta allí acurrucadito y ya no hablemos de los tiempos que rememoras…
Hasta yo he conocido el brasero de picon en un pueblito de Salamanca. Lumbrales.
Se movía, se ponía bien rojo y ale a disfrutar…
El abuelo de mi compañero de vida, fue piconero…
SÍ a la mesa camilla.
Siempre ha reunido, a obligado al roce, al cariño y a olvidar la disputa. Ha obligado a hacer familia…
Sigo teniéndola y siempre la tendré…
Quedara entre nosotros…