miércoles, 6 de septiembre de 2006

Juntos hasta el fin

Cuando se conocieron sentía mariposas en el estómago. Cosas del enamoramiento. Después se emparejaron y sintieron que el mundo era un proyecto único y una sola vida, dos en una.

En estos instantes pasan por su cabeza los besos, las risas, las noches de alcoba y su olor.
El premio de su encuentro en casa cada día. Esas cenas íntimas y únicas...

Tuvieron ese hijo que ella quiere y aprieta contra su pecho palpitante. Apenas tiene cuatro años.
Ahora no recuerda bien cuando comenzó la caída. No importa. Ha madrugado y el aire fresco de la mañana se enreda con sus recuerdos y apenas tiene ganas de desmadejar nostalgias.

El dolor del abandono, de la desesperanza, de saber que aquel cuerpo que fue huella del suyo está en otros brazos, la dejó rota. ¿Cómo explicar que uno se siente roto? ¿Cómo explicar que con treinta y nueve años la vida no tiene sentido?

Sí, quizás sea débil. Quizás no tenga la fuerza de otras mujeres. Pero yo no soy otras mujeres, sino yo. Y él, que estaba a mi lado; que sembró en mí la semilla de la vida, ha quebrantado su palabra, ha roto mis sueños, mis proyectos, mis ambiciones. Y sin ellos ¿qué soy? Apenas esa percepción del frescor de la mañana, de esas paralelas que están frente a mi vista, metálicas, inertes... De ese torbellino de recuerdos que me suben del vientre a la garganta y me asfixian...

Te he mentido hijo mío. Sólo al decirte el motivo por el que hemos madrugado tanto. Por eso te aprieto más contra mi pecho, huérfano del amor de tu padre. Perdóname. Pero no sé qué sería de ti sin mí y esa incertidumbre, ese horror, hacen que te arrastre conmigo.

No temas hijo, apenas sentiremos nada... ¿Ves? Se acerca, viene raudo... Será un instante.

En dos zancadas nos plantamos entre las líneas y ya no seremos nunca más desgraciados.

Adiós, adiós... Te quise y aún te quiero. Te quiero a ti, hijo mío. Te quiero...

El tren arrolló a una mujer de 39 años con su hijo de apenas 4 años, en las proximidades de la estación de Almassora (Castellón).

Que quede entre nosotros

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha emocionado tanto leer esto, que soy incapaz de escribir nada...

Anónimo dijo...

Un día llega la desesperanza, no llama, pasa y se instala.
Ocupa y te embarga, te desborda y te atosiga. Quieres espacio, luz, pero ella se empeña en cerrar tus ventanas, en cerrarte los ojos, incluso los del alma.
Proyecta en ti su mensaje y capta tus debilidades.
Te acompaña en tu desesperación, te coge del brazo y no te suelta. Come y cena contigo. Muestra solo un cielo pétreo, pesado, duro, irrespirable…
Y tú no quieres eso, porque conociste el otro.
Te va llevando de paseo, te convence de que es la solución, y entonces le miras…
Él no te perdonaría que no le hubieses llevado, pero no, que locura estas pensando.
Y la locura se une, ¿o quizá sea la cordura?, la desesperanza os acompaña, la desilusión también acompañan el cortejo, el engaño y la mentira te portan, el vacío a tu izquierda, y os colocan amorosamente.
Los miras a todos y sientes su compañía, ellos esperan y te avisan que ya esta cerca, se le oye, “¡Cierra los ojos, te dicen!” y tu los cierras sintiéndole dormido en tus brazos, ¡duérmete niño, duérmete ya…! a la vez que sientes la ultima gota salada resbalando llena, muy salada y última…

. dijo...

Muchas gracias, de corazón.
Otros mil para ti.

Anónimo dijo...

Y pasamos sin oir a quien camina al lado, y si sólo una palabra trajera la esperanza, y si nadie la dice en el momento en que se necesita...

Anónimo dijo...

Conmovedor,me dejaste sin palabras una vez más.. debe ser tan duro llegar a ver las cosas así, que es impensable en circuntancias normales llegar ni por un segundo a saber que sentimientos o que sensaciones tiene una persona.. Un beso,Mephis, sigue haciéndonos vibrar con tus palabras..