miércoles, 21 de junio de 2006

Una noche

Y así fue que la marea abrazó las barcas ancladas en la playa…

Y sucedió que nacieron de golpe los dormidos instintos. Y acaeció porque fue tan liviano y tranquilo el avanzar que apenas quedaba otro camino que la mar… Con su olor a salitre, con su sabor a sal… Y creí.
Fue un instante sublime, tan irrepetible como muchos otros, tan distinto como todos los demás… y sin embargo único.
¿Qué puede pedírsele más a media tarde, media noche y media madrugada? Un breve viaje sin aceleramiento, sin ideas preconcebidas, sin artificios. Y esa voluntad que emerge sincera y pura, de querer estar y compartir. Y los minutos que se llenan de palabras, y las horas que se colman de momentos y el tiempo que transcurre indolente, como si no quisiera existir. Y una cena, y una música, y una rosa… Y los pasos al compás…. Y más allá pero tan cerca, las manos, los labios y lo que no se quiere decir y se desea. Y se interpreta y se comparte. Y los cómplices avanzan en la noche hacia lo desconocido, con valentía, con heroísmo… No hay promesas, no hay mañana ni futuro…Todo se llena y se completa con la ambición del instante que ni siquiera se intuye… Y salen a navegar, uno al timón, otro a las velas… Y la tempestad se desata y ambos, marineros forzados, gobiernan la poderosa barca ante las embestidas de los furiosos elementos. Y se agitan y se compenetran y se convierten en uno entre agitadas convulsiones. Y al final, exhaustos pero heroicos, llegan a puerto ungidos por las húmedas secuelas de tan singular batalla…
Al final, al fin, después de todo… Quedaron mirándose solos y gloriosos en la solitaria playa.
28.febrero.2002

Que quede entre nosotros

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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