martes, 13 de diciembre de 2005

Tontos del mismísimo culo

Digo no y sin embargo lo hago. Llega la Navidad y salgo como el resto de humanos-poseídos, a la jungla del consumismo, en las mismas fechas, con los mismos atascos, con los mismos problemas. Agotando mis recursos físicos, mi paciencia y mis dineros.
Afortunadamente apenas me queda un sobrinín a quien regalar. Es la única ventaja, porque ¿cuántas veces he peregrinado por un sinfín de tiendas para lograr el regalo desafortunadamente agotado en todas partes? Y me he preguntado ¿por qué, Dios, todos los niños del mundo piden el mismo juguete y el idiota del fabricante sólo hace para menos de una cuarta parte? Problemas de logística, presumo. Aunque en este país, quitando a cuatro, la estirpe empresarial es hacerse rico en cuatro días, pasando por el chalet y el Mercedes. Esa casta que sufría con los vaivenes del negocio más por lo que representaba porque muchas familias no pusieran el plato en la mesa, que por enriquecerse. Más por permanecer en el tiempo y crecer que por aparentar y gastar... En fin, que me desvío, ésa es otra historia.
Y aquí estoy, con una empanada monstruosa y pocos cuartos. Con lo cual el milagro es doble: no quebrar la economía y satisfacer a quienes me esperan.
Joder, a mí lo que siempre me ha gustado es que la gente me escribiera dos líneas para significarme que sí, que se acordaban de mí. Lo material... A veces no sabe uno ni quién te lo regaló, ni con ocasión de qué. Eso sí, si a lo material lo acompaña una sentida nota, breve pero intensa, ese regalo cobra una dimensión etérea.
Y en estas jodidas fiestas que se avecinan, donde se cometen los más atroces crímenes familiares, donde las familias se rompen sin remedio; nadie se da cuenta de que es porque nos empeñamos en que tenemos que ser buenos y felices QUINCE DÍAS (a veces una sola noche). Y eso, queridos, es imposible. Uno debe querer cuando quiere y a quien quiere. Y lo debe manifestar igualmente, cuando lo desea.
Recuerdo que hubo un tiempo en que cuando llegaban estas fiestas, compraba 15 y 20 postales navideñas con sus correspondientes sellos y su correspondiente texto manuscrito. Hoy, con 10, me sobran 5 para el año siguiente. El resto es correo electrónico y por tanto, salvo honrosas excepciones, urgencia y compromiso.
Me gustaría encontrar a viejos recordados: Mi teniente Martínez Valero, mi compa Garcés Sánchez... Y a nuevos, como esa "Silueta nocturna" que dice que la considere lectora asidua de este cuaderno de navegación. Pero ya me resigno a que no será así, que me iré de aquí sin conseguirlo. Quizás también se deba al cansancio. Al normal y al que me producen estas estresantes fiestas que me recuerdan cómo seguimos siendo tontos del mismísimo culo.
Que quede entre nosotros

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