miércoles, 16 de noviembre de 2005

Mis ángeles y mis demonios. Maldito aprendiz de Mengele

Fue a finales de 1998 cuando entré en contacto con Fernando Gómez-Ferrer Bolinches para que me presupuestara el arreglo de mi boca. Guardo todos los documentos. Le di mi aprobación y comenzamos la larga y tortuosa marcha. Legrados, injertos, membranas, implantes... Horas y horas de calvario infructuoso.
Después de la primera intervención no debí volver nunca más, es cierto. Se trataba de extraer una pieza, legrar el sitio que ocupaba, realizar un injeto óseo, colocar una membrana y cerrar. Justo cuando iba a colocar la membrana, este canalla se da cuenta de que no tiene chinchetas para fijarla al hueso y lo tuvo que hacer cosiendo a las piezas contiguas... Más de 3 horas de intervención.
En otra ocasión (maldita sea), me colocó una membrana reabsorbible y tuvo que leer la instrucciones de aplicación mientras yo esperaba con la boca abierta. No debió poner la cantidad adecuada porque aquello reventó literalmente mi encía y ya no hubo nada que hacer. Sí, al quedar el cuello de un colmillo, prácticamente al aire, lo he perdido. De esta guisa, no sólo no me arregló mi problema sino que me ha dejado hecho un desgraciado.
En otra, al perforar para poner el implante, oí como algo se quebraba en mí. Creo que pasó al seno nasal. Colocó el implante y se cayó. Luego tuvo que hacer una elevación de seno, que afortunadamente no hizo él sino un colega suyo en su clínica. Estoy seguro de que él no sabía hacerlo y puso en antecedentes a su colega de lo que le había pasado. O me había pasado para ser más exactos.
Resumiendo este calvario, él debía ponerme 7 implantes. Como se le iban cayendo a la vez que los colocaba, llegó a ponerme 12. Pero de aquellos 7 iniciales sólo quedan 4 y de ellos 1 está para sacar. Más de dos millones de las antiguas pesetas entre lo que pagó la compañía de salud y lo que yo pagué. Para nada. O sí, para este sufrimiento que me ha ocasionado y que me hace sentir terror sólo con pensar en él.
Lo digo por si alguien tiene la tentación de acudir a él. Para que los navegantes sepan qué me sucedió en aquella travesía y quienes fueron las sirenas que hicieron embarrancar mi nave.
¿Os quedan aún ganas de acudir a este aprendiz de Mengele? Él es un demonio.
Y hoy, ahora, un ángel llamado Sergio Hernández está restañando aquellas heridas.
Que quede entre nosotros

1 comentario:

Anónimo dijo...

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