jueves, 10 de noviembre de 2005

Estos días tristes y lluviosos.

El día es lluvioso y gris. A lo lejos veo la ciudad y el tráfico que transcurre perezoso por la autovía. Tengo que ir de compras y no me apetece nada. Hoy me gustaría holgazanear mucho tiempo. Porque estos días, especialmente, invitan a la reflexión. A ese mirarse a uno mismo y escudriñar y desnudar todo aquello que jamás, nadie sabrá. ¿Cómo hacer partícipe a los demás de tanta intimidad? No son pensamientos malignos, no son siquiera atentatorios contra el honor de nadie, son, exclusivamente, nuestros pensamientos. Esos que nos llevan de la infancia hasta la semana pasada en saltos vertiginosos, llenos de caras, de situaciones, de besos quizás. Tengo un millón de cosas abandonadas y no sé si es voluntariamente. Desde que murieron mi madre y mi hermana. Desde que contemplé su larga agonía, no tengo ganas de adelantar nada. Quizás porque sé que siempre, indefectiblemente, quedarán cosas por hacer. La gente a quien quiero entrará un día en mi casa y revolverá mis cosas. O simplemente prepararán grandes sacos y lo echarán todo allí: mis cartas, mis poemas, mis escritos. Porque ellos tampoco tendrán tiempo para ordenarlo, para leerlo, para curiosear. Todo es precario, como la propia vida. Ahora, en este instante, me tumbaría sobre la cama y abrazaría a mi hijo y a mi hija. Contra mi pecho. En silencio. Tratando de que él les pudiera explicar cómo los quiero. Eso es lo que haría ahora en lugar de irme a la ciudad de compras. No obstante he de hacerlo. Es el cumpleaños de Tony. Siempre lo celebramos juntos.
Aunque no tengo ningunas ganas, me voy.
Que quede entre nosotros

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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