miércoles, 27 de julio de 2011

Follad, follad, que el mundo se acaba

El mundo está loco, loco, loco. A la paupérrima situación económica de los hogares se une la locura. La locura de un sin nombre, aunque lo tenga, de origen asesino aunque noruego. Es preciso hacer ese matiz porque el pueblo noruego es educado, correcto, cálido; y estos pequeños adolfos pueden nacer y criarse en cualquier sitio. Yo creo que los medios de comunicación no deberían dedicarle ni una sola línea. Por eso yo no voy a citar su nombre.

Cuando un ser humano enferma mentalmente hasta ese grado, alguien debe haberse dado cuenta previamente. No sé, vecinos, relaciones, el cartero... En fin, alguien debía saber de sus macabros pensamientos y su fascismo exacerbado.

Sé que debe ser difícil denunciar un hecho así, pero mucho más difícil es recomponer cientos de corazones que están sangrando por la brutal actuación de un “salvador”, que eso es en definitiva lo que pretende o pretendía ser.

Por eso es preciso, es necesariamente urgente que la gente tome conciencia de que no debe dejar pasar un instante de felicidad. Nunca postergarlo al día siguiente. Ser feliz hoy, ahora, es una obligación.

Porque no sabremos jamás si otro loco -y los hay a cientos-, tiene la feroz idea de hacerse notar a costa de la vida de ciudadanos normales y corrientes como nosotros. Su notoriedad a costa de nuestras vidas.

Seamos prácticos. Seamos asquerosamente sinceros y no dejemos para mañana lo que podamos hacer ya, ahora mismo. Y, desde luego, no abandonar el rumbo de ser felices pese a todas las zancadillas que ya se encargan de poner quienes ostentan ese irrespetuoso poder de hacernos la vida cada día menos fácil.

Abracémonos, besémonos, hagamos del amor un credo y de todas sus herramientas, nuestro rumbo. Hagamos el amor, o menos pulcro aunque no menos correcto, follemos. Por los que no lo podrán hacer nunca más. Se lo debemos, nos lo debemos.

Que quede entre nosotros

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