martes, 12 de julio de 2011

Asesinos, sinvergüenzas y navegación

Han asesinado a Don Facundo Cabral. Lo conocí a través de aquellos trovadores anónimos (argentinos, chilenos, bolivianos...), que desgranaban su poesía y la de Larralde, Atahualpa, Dávalos, Guaraní..., en aquellos locales que en los años 70 del siglo pasado se denominaban "peñas".

Lo han asesinado dicen que por error, porque el objetivo era el empresario que conducía el coche y que lo había invitado a pasar unos días en Guatemala.

Los sicarios de quienquiera que sea que ponga dinero para matar, son asesinos, sólo eso. Y no debería existir nadie tan sucio, tan vil y tan artero. Pero nunca callarán su voz que seguirá viviendo para su vergüenza en el corazón de quienes amamos la poesía, la libertad y la razón.

La subasta de un manuscrito original de la partitura de Recuerdos de la Alhambra, de Francisco Tárrega, ha quedado desierta. Estos sinvergüenzas de gobernantes de pacotilla que se casan con dios y el diablo para enriquecerse, salir en las primeras páginas de donde sea y decretar prohibiciones; se habrían gastado los 80.000 Euros con que arrancaba la subasta en cualquier mierda de evento que les permitiera un minuto de gloria, diez segundos ante las cámaras, cualquier cosa que los hiciera sentir modernos y tal y pascual... Sé lo que habría hecho en las mismas circunstancias, cualquiera de los países que forman nuestra cacareada unión europea. También sé el respeto que sienten estos majaderos por la cultura. Éste es un buen ejemplo.


Y mi navegación bajo estos tórridos calores, continúa firme y alegre. Me gusta sentir que mi capacidad de dar se multiplica y que sus frutos, aun no esperados, se presentan de mil formas. "A" retoma el contacto conmigo y de nuevo vivimos esa proximidad que habíamos alcanzado.


Aprecio la caricia amable de mis amigas y mi disposición a vivir en paz con quien se aproxime a mí. ¡Es tan fácil! No se trata de poner la otra mejilla, sino de no mostrar ni violencia, ni mezquindad, ni rencor, porque alguien rectifique su voluntad de hacer las cosas. A veces nos encrespamos por nada; porque el derecho a ser libres es lo que más deberíamos valorar y atesorar, en nosotros y en los demás. Y si esa voluntad, el ejercicio de ese derecho, aleja a personas que creímos próximas, debemos ser más felices aún. Porque a nuestro lado no eran dichosos y porque ahora, presumiblemente sí lo son. Es la capacidad de elección del ser humano lo que deberíamos aprender a respetar. Porque sé hacerlo desde el fondo de mi alma, soy más feliz.

Sólo echo de menos la calidez de mi querido hermano.

Que quede entre nosotros

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