viernes, 13 de mayo de 2011

Mi amiga sufre, yo sufro.

Está mal. Llora desconsoladamente. Hablamos y cada segundo está bañado en lágrimas. Es mi amiga, es madre y cree que su hijo ha hecho una mala elección, además repetida ¿será cierto que nunca segundas partes fueron buenas?

No sé qué hacer. Me siento inútil. Intento expresar mi cariño tratando de que redireccione sus temores. No es su vida, es la de él. Pero teme el fracaso que ya augura, y mucho más las consecuencias que tendrá para su amado hijo.

Sé que son días, temporadas... Pero también sé que cuando éstas formaban todo mi universo, ella estaba allí permanentemente. Consolándome, hablándome, dándome ánimos e ideas. Y me hizo mucho bien.

Lo único que sé claro es que siento sus preocupaciones y sus angustias como agujas que se clavan en mi corazón. La escucho, la llamo, salimos... No se me ocurre nada más que estar pendiente de ella, hacerle patente mi afecto, mi cariño. Nunca se está más cerca de la nada que cuando uno es incapaz de hacer sonreír a quienes quiere.



Que quede entre nosotros

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