miércoles, 27 de octubre de 2010

Un hombre acabado

De Giovanni Papini, porque hoy me siento libre y feliz; mías sus palabras...

"Yo no escribo para hacer dinero, no escribo para embellecerme, no escribo para alcahuetear con las muchachas modestas y con los hombres gordos, no escribo tampoco para poner sobre mi sombrero de paño negro la carnavalesca rama de laurel de la fama ciudadana. Escribo únicamente para desahogarme, —para desahogarme en el sentido más estercolario que os sea dado pensar,
¡oh, delicadas imaginaciones de barítonos de recreo! No digo, fijaos, para "liberarme" como vuestro melenudo héroe anónimo, como el sublime filisteo Goethe Wolfgang, consejero íntimo del duque de Weimar y del alma de los prometeos rehabilitados.
Él se libera con las trágicas frivolidades de un Werther, por las tenues desesperaciones de una lejanía deseada, y el producto de esta liberación iba a parar sobre las mesillas de las bellas sentimentales israelitas y a las cabeceras de los futuros suicidas, como una mortaja fúnebre pero recamada con todos los pespuntes de la bien nacida literatura.
Yo, en cambio, me desahogo, y entiendo el desahogo con los más plebeyos y estomacosos sinónimos: entiendo el esputo que sube del fondo de mi garganta inflamada y que vuela como por encanto en infinita salpicadura sobre todos los rostros que yo sería capaz de abofetear; entiendo el vomitar la bilis que me ha destilado de la sangre el espectáculo de nuestra vida; entiendo el fluir del pus bajo las llagas o los bubones de mi inmortal personalidad, expuesta al contagio de los más populosos lazaretos; entiendo el erupto imprevisto y ruidoso que viene de lo hondo como el desprecio. ¡No, señores! nada de delicado, os advierto, saldrá de mi pluma al correr sobre el papel".



Que quede entre nosotros

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