jueves, 15 de diciembre de 2005

¿Quién puso más?

Terrible pregunta que lleva implícita la caída, el final. Y hoy, de noche, me apetece hablar de ello.
Creo que lo único que hace estable una relación es el respeto. No el respeto ajeno, o por lo ajeno, sino el respeto mutuo. Me explico, aunque para hacerlo tenga que remontarme al inicio.
Cuando se conoce a alguien nuevo, uno descubre dentro de sí, cómo es capaz de sentir olores, deseos, ímpetus, impulsividad, riesgos. Uno quiere decir los dos.
Esas ganas irrefrenables de regalar besos o poemas (prosas, libros, música...), o flores, o maratonianas sesiones de sexo..., para que la otra parte nos conozca, sepa de nosotros. Y cuando conseguimos "afianzar" esa relación, estamos comenzando a matar sus comienzos y por ende, la relación misma.
Por eso hay que ser transgresor. Amar sin medida y siempre dejar una última palabra para el siguiente día. Para que ese misterio no se transforme en hastío, en pasiva indiferencia. No me he sentido nunca más vivo que cuando he transgredido, cuando ambos hemos transgredido. Ahí está la quintaesencia del amor. Y ocultarse en las sombras. Y amarse en lugares escondidos que adquieren tintes de singular belleza. Y suspirar porque den las 3 o las 5, porque hemos quedado para tomar un simple café, que estará salpicado de besos y caricias furtivas. Y nunca compartir domicilio más allá de una escapada que nos haga galopar la sangre en las venas, que nos mantenga en tensión, que nos arriesgue...
Eso, o la rutina. Y a mí la rutina me aplasta, me elimina, me confina en mi propia prisión de muros abiertos al silencio.
Nunca he amado más que cuando he sido libre.
Nunca he dejado más huella que cuando he amado libre.
Pero si uno le teme al vacío, al silencio, a la soledad, y decide continuar en una de aquellas relaciones ya transformada en rutina, lo único que la salvará será el respeto. El respeto es educación y cuidados, ternura y amabilidad. Y más cosas. Eso hace que lo cotidiano no sea horrible aunque tampoco nos haga gritar de exaltación. Es la relación convencional. Que existe. Que yo he visto. Y por eso hay personas que llegan juntas al final de sus días. Aunque ya no haya deseo, ni sorpresas, ni quede una mirada o un beso, pendientes para la próxima mañana.
Y lo único que salva esas relaciones es la transgresión, si la transgresión no pretende convertirse en rutina... Otra persona con los mismos deseos, las mismas urgencias e idéntica visión de la vida. No lazos, no compromisos... Transgredir. Y he visto relaciones así a través de años y años, y los he intuido amarse a hurtadillas... Dándole color a la relación rutinaria y de respeto. Dándole ardor a la vida y a la pasión. Y los he visto así hasta ahora mismo. Y ya no engañan a nadie pero no aclaran nada a nadie. Porque han decidido que siempre serán amantes, que es lo único que puede salvarlos para siempre. Y siempre están. Y siempre han estado.
Y cada salvaje encuentro sexual es nuevo, diferente. Nunca rutinario. Cada vez, a través de los años. Porque hay un componente de prohibido en él. Porque no está bien visto por esta sociedad tan comprensiva, moderna y libre. Transgredir.
Y nunca se pregunta uno, quién puso más. No sé si porque no da tiempo, o porque simplemente ambos tácitamente prefieren seguir poniendo.
Quizás por eso, aunque no figurara en mis preferencias hasta hoy, me ha gustado siempre la película "El año que viene a la misma hora".
Y porque ninguna fórmula es mágina, ni eficaz para todos, dejadme que os lo diga en voz baja y...
Que quede entre nosotros

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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