miércoles, 18 de septiembre de 2013

Se va...

Hoy, en esa visita de los miércoles, era ostensible: se va.

Tiene dibujado el perfil de la muerte en su cara, en lo afilado de su nariz y en esa boca abierta en ademán de tomar más aire, de seguir...

Ya no hay respuesta a la palabra ni la caricia. Ya está más en ese otro lugar que aquí.

Mi padre se apaga, su vida se apaga. Ha sido una larga agonía de ocho años, que es la que separa la ida de mi querida madre y la suya. Es cuestión de días, quizá alguna semana, pero se va. Y la siguiente generación soy yo, somos mi hermano y yo. Lo hablábamos al regresar de la residencia; nos toca a nosotros.

No temo nada. Al menos en los últimos diez años he sabido gestionar mi vida como nunca antes. Llamar al pan, pan. Luchar por ser feliz con uñas y dientes; con esa propuesta clara de que si yo soy feliz, irradio felicidad y la gente que me roza, siente esa sensación agradable de alguien que ríe con toda su risa.

Se lo debo, aunque sólo haya sido por hacer lo opuesto.

Que quede entre nosotros

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