jueves, 9 de diciembre de 2010

De camino

De vuelta de esta jodida rehabilitación (¡ya sólo me quedan 9 sesiones!), veo los restos resecos y atomizados del perro negro. El primer día, coincidiendo con mi primera o segunda sesión, aún estaban sus vísceras al aire; no pude ver más porque se anegaron mis ojos de lágrimas. Ha ido desapareciendo día a día aunque no su primera imagen dentro de mi alma.

No sé por qué me estremece tanto el sufrimiento y la muerte de los animales. No sé si es normal, pero mi corazón se encoge como si quisiera desaparecer en sí mismo. Me ahogo y las lágrimas bañan mis ojos como ahora mismo. Sí sé cómo me hace feliz mimorrear a mi Ruby; a mi Golfo como hoy mismo, y a mis Pardita y Blanca. Por cada caricia, por cada gesto que emana de mi alma, sin pedirlo me devuelven mil. ¿Existe mayor generosidad y altruismo en algún alma humana?


El día ha estado construido con eficiencia, con alegría... Salí hacia el lugar de la cita, nervioso como si fuera a producirse, con mi mejor sonrisa, con la mayor alegría... Tomé un bocado, leí varias páginas de un libro y transcurrió la hora sin que se produjera el milagro.


Después a cumplir, pese a que aún no debería excederme, con el paseo con Golfo. Hoy hasta he corrido (aunque así tengo el pie ahora), para disfrutar más de ese maravilloso sol, de esa maravillosa temperatura. El resultado: una sudada monumental y mi perro hecho unos zorros, que por otra parte era el propósito.


Rápido regreso a casa para comer y esperar la llegada de la asistenta.


Y ahora, mientras Chris me regala su voz y su guitarra, ya de regreso de mis sesiones; narrándolo, escribiéndolo en este cuaderno de navegación para que algún día, cuando este viejo cascarón que cuido como a mí mismo, se pierda en los abismos de cualquier océano; sus páginas vuelen sobre las olas y alguien se sonría al leerlas.


Aunque no físicamente, sí ha estado impregnándolo todo dentro de mí y fuera de mí. Eso es más que suficiente para seguir.


Que quede entre nosotros

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