jueves, 6 de julio de 2006

Cosas sueltas

Gusto me da, pardiez, visitar algunos barcos que me tienden su escala.
Gusto me da, que pese a que cada día hay más borregos y tocinos, en esos lugares se respira un aire cálido, de ansias de aventura, de inquietud por lo interior.¿Sabéis que tenemos la no sé cuántas reunión de familias? ¿Sabéis que vendrá el Papa?
De momento, hay que limpiar de desarrapados el cauce del río. En esa limpieza participarán no sé cuántos agentes que nunca están cuando se los necesita, o simplemente tardan en llegar.De momento, llevamos gastados no sé cuántos mil euros de vellón en dejarlo todo monísimo... Porque viene el Papa.
El Papa, según me explicaron cuando era pequeño, es el representante de Dios en la tierra. Del dios de los cristianos, o de los católicos, ya no sé bien.
Y este Dios nuestro, que pesa de narices en un país aconfesional (porque somos aconfesionales como el que más), y progresista, está más por los grandes eventos que por mirar hacia donde está la pobreza, la miseria, la muerte... Eso queda feísimo.
Es un dios ¿cómo diría yo?, de diseño, de escaparate de la Quinta Avenida. Le gustan más las riquezas que a un tonto una tiza. Pero se queda uno con una paz y un no sé qué, cuando sabe que nos va a visitar...
Mientras tanto, acuciados por tanto dolor (ajeno, por supuesto), políticos y politiquillos se prestan al primer plano, acongojados por la tragedia de esos parias que han desaparecido engullidos en las entrañas de la tierra. Estudiantes, trabajadores... Porque ellos, los apenados dirigentes, no cogen esa maldita linea de metro, con vagones prehistóricos... Tiene cojones que un metro que no sé si llegará a cincuenta centímetros, se cobre cuarenta y una vidas cuando otros, con muchísimos más kilómetros, viajeros, frecuencia, se mantienen afortunadamente impolutos.
Acostumbrado a viajar en el metro de otra ciudad cuando era un mozalbete, creedme que cada vez que me veo obligado a coger esa línea, me tiemblan las cujas. Todo porque soy muy aprensivo y me gustan los vagones nuevos, amplios y confortables, dotados de sistemas seguros y modernos ¡es que soy de un exigente!
Así es que, resumiendo, que se me va el santo al cielo; que disfruto de la brisa que se respira en esos navíos que me ofrecen cobijo ocasional y me hacen olvidar que seguimos siendo, gracias a los chorizos a quienes confiamos el timón de este país nuestro, ciudadanos de tercera o cuarta división. Eso sí, el Papa viene a vernos. Estoy de un contento...
Que quede entre nosotros

1 comentario:

Anónimo dijo...

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