miércoles, 19 de abril de 2006

Extremadura


Vengo aquí para rendir homenaje a una tierra que no conocía, que lo más que me había aproximado a ella, fue cuando de niño me llevaban en largos y aventurados viajes a Belmez. Ahora sé que entre mi pueblo y Belmez hay algo menos de 350 Km. aunque el tren y los transbordos que habíamos de realizar en Ciudad Real y Almorchón, prolongaban aquellos maravillosos tránsitos durante prácticamente una jornada, desde el amanecer en que los rugidos de las máquinas de vapor invitaban a encaramarse rápido al vagón y arrellanarse en su interior, hasta la tarde en que la figura imponente del castillo de Belmez se recortaba en el horizonte. Juegos, carreras, sueños... El almuerzo, la comida, la merienda... Aquellos "si usted gusta" que han desaparecido de nuestra historia aunque no de mi memoria. Era genial aquello de tener familiares a los que visitar y que ello entrañara tanta excitación, tanta aventura. ¡Cómo recuerdo de aquellos viajes a mi madre y a mi hermana!
Lo decía porque pese a que siempre he llevado el limitador, estas carreteras y estos vehículos actuales, le restan el capítulo aventura a cualquier viaje. No obstante, la placidez de la falta de prisa, me ha permitido soñar durante el mismo, retomando jirones de aquellos recuerdos y mezclándolos con la realidad.
Ha sido un auténtico privilegio conocer Mérida, Cáceres, Trujillo, Zafra, Jerez de los Caballeros... Un placer sentirlos tan antiguos y tan actuales. Un regalo para el alma sumergirse en el placer calmado de sus calles y sus monumentos. Un gozo conocer a sus gentes y la calidez de sus atenciones. Un lujo disfrutar de su gastronomía. Sus tapas, sus comidas, su servicio siempre amable y correcto.
Y por sueños... Vender lo que uno pueda tener aquí e irse allí a disfrutarlo para siempre.
Ganas me dan de eliminar hoy la coletilla de mi diario, porque Extremadura bien merece que se la conozca, que se la quiera.
Que quede entre nosotros

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Fíjate en el nombre… “Extrema y dura”, no la bautizaron con él porque sí.
Allí viví casi la mitad de mi vida, allí conocí al compañero de mi vida, allí sufrí y crecí, y como solo el tiempo y la distancia te dan perspectiva, también yo aprendí a amar esa gran tierra.
Tierra de desconocidos, ultimo destino vacacional, vislumbran muchos esta tierra con reflejos de Puerto Urraco, las Hurdes, tierras de gente toscas y retrasadas…

Es verdad que la civilización consumista no acude a sus tierras, no busca sus dehesas inmensas y pletoritas de encinas, no busca Monfragues ni gargantas naturales, es cierto que quien no ama la piedra nada tienen que ir allí a buscar, no es tierra para todos…

Alguna vez hemos pensado que quien sabe si llegada la hora no será allí quizá en la Vera (Jaraiz, Jarandilla de la Vera, Losar…), donde deseemos llevar nuestros huesos cansados como ya hizo Carlos V al Monasterio de Yuste, nosotros claro no a un Monasterio, pero si a una casa sencilla, chiquita, para descansar y esperar la hora…
(Ya ves que siempre sueño, y porque no despierta…)
Un beso.

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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